sábado, 10 de noviembre de 2018

Un relato de magia ancestral - 15 - Camino a su destino


Matías había sido sacado en volandas del monasterio. No le había dado tiempo ni para ver quién lo había hecho, pero el que hubiera sido, en vez de dejarlo suavemente en el suelo, lo había lanzado en un intento de alejarlo lo máximo posible del peligro. Ahora se encontraba tirado encima de la hierba, intentando ordenar sus ideas por la confusión que le había producido la alocada huída de los monjes, con empujones, gritos y carreras.
Cuando consiguió ponerse en pie miró, en dirección al monasterio para hacerse una idea de la situación.
Los monjes supervivientes se habían desperdigado por los alrededores, unos ayudaban a sus compañeros a huir, otros corrían en dirección al pueblo cercano en busca de ayuda. Un hombre, al que no había visto hasta el momento, se dirigía con determinación hacia la entrada del monasterio. Ni era monje, ni pertenecía al monasterio y por su forma de vestir tenía que ser un caballero.
Don Leandro quedó estupefacto ante la desbandada de monjes que salían atropelladamente del monasterio, entre ellos su magullado protegido fray Vedasto que al verlo corrió hacia el buscando protección.
—Corred al campamento y avisad a mis hombres. Yo os cubriré de esa bestia. Esos holgazanes nunca están cuando se les necesita, maldita sea —dijo el noble soldado mientras desenvainaba su espada y se disponía a cubrir a su protegido.
Fray Canciano salió con el ánimo de acabar con los, según él, enemigos de la verdadera fe. Paseó su mirada en busca de su próxima víctima cuando vio a un caballero armado hasta los
dientes que se dirigía hacia él ¿De dónde demonios había salido el tipo ese? Si unos muchachos ya le habían puesto las cosas difíciles, un auténtico soldado era excesivo y más aún cuando ya tenía las fuerzas mermadas.
Lanzó un rugido con el ánimo de atemorizar al caballero, y aunque no lo consiguió, sí hizo que don Leandro se pensase atacar a la bestia él solo o esperar a la llegada de sus hombres.
Fray Canciano no estaba en condiciones de pelear contra nadie más, no aguantaría la transformación mucho rato. Aprovechó el momento de incertidumbre para alejarse a la carrera hacía las montañas. La próxima vez sería la definitiva.

Matías miraba como el león rehuía el combate con el soldado y aprovechaba su mayor velocidad, para huir por el sendero que llevaba rumbo a las montañas.
No podía dejarlo escapar, más aun cuando aquel caballero llamaba a sus hombres para hacer frente al monstruo. Reunió fuerzas y cuando se aseguró que no lo miraban, se transformó en quebrantahuesos para así vigilar desde el aire al león en su despavorida huida.
Fray Canciano sabía que sus menguadas fuerzas no le permitirían mantener su actual forma felina mucho más tiempo y aprovechó la velocidad que sus cuatro patas le otorgaban para
alejarse del lugar.
Matías aprovechaba la amplia envergadura de sus alas para planear y así ahorrar fuerzas. Al final del camino divisó al escribano que caminaba, junto con su escolta, rumbo a las montañas. Decidió llamar su atención para advertirles que el león se dirigía hacia ellos. Graznó varias veces pero, ante el caso omiso que le hicieron, optó por hacer pasadas rasantes sobre sus cabezas. Y eso sí les llamó la atención. Tanto que el escribano gesticulaba
y gritaba en su dirección. Los soldados prepararon sus ballestas, pero en vez de apuntarle a él, apuntaron al león que ahora sí vieron que se les venía encima.
Fray Canciano ya se creía a salvo cuando, para su sorpresa, se encontró de frente con cuatro hombres armados que lo apuntaban con sus ballestas.
—Disparad al demonio. Disparad —gritaba el escribano mientras señalaba al quebrantahuesos que volvía a ganar altura.
Los soldados no se lo pensaron dos veces y dispararon.
¿A quién le importaba un pajarraco feo, cuando un horrible gato gigante que, por su desagradable aspecto parecía salido del mismo infi erno, estaba a punto de devorarlos?
Dispararon sus ballestas impactando certeramente en el cuerpo del monje convertido en león que cayó al suelo cuan largo era, quedándose en una grotesca posición.
Los soldados se aprestaron a rematarlo con sus lanzas, pero al llegar junto a él, vieron cómo su forma cambiaba a la de un moribundo monje, que exaló su último aliento con su recuperada forma humana.

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El paje le indicó que había un jinete en la puerta con un mensaje para él. Gonzalo dio orden de hacer pasar al mensajero que tras la correspondiente reverencia le entregó un tubo portapergaminos. Sacó un mensaje que iba sellado con un distintivo de su amigo Tedesio. Lo leyó entre líneas y ordenó a sus sirvientes que alojaran al mensajero y cuidaran de su montura, mañana tendría que portar otro mensaje, esta vez de regreso a su amigo Tedesio. Se retiró a sus aposentos y, tras saltarse el encabezamiento, leyó la carta con detenimiento.
“Ya he acabado mi instrucción en el monasterio y estoy de
nuevo en casa de mi Señor cumpliendo mis obligaciones de administrador.
Durante el tiempo que continué en el monasterio la paz y la
tranquilidad tardaron en volver. Los acontecimientos fueron demasiado
turbadores y durante semanas planeaba la sombra de la incertidumbre
ante la inminente llegada de más enviados del obispo. Por
suerte nada de eso ocurrió.
Desde que os marchasteis, fray Ramiro intensificó sus enseñanzas
y me obligaba a estudiar constantemente. Él parece que no duerme
y su aspecto es el de un hombre mucho más viejo.
En varias ocasiones me he acercado al pozo y, a pesar que me
he asomado a su interior, no veo más que una inquietante oscuridad.
Usando la lógica que nos ha inculcado fray Ramiro, creo que
ahora que el sol está más alto, además de refl ejarse en las superficie
del agua, su luz no ilumina las paredes, con lo cual, la entrada a
la gruta queda oculta en los laterales del pozo. Para serte sincero no
he intentado volver a bajar por el pozo. Temo al fantasmal ejército
que nos está esperando ahí abajo, pacientemente hasta el final de
los tiempos, para vengarse de aquellos que un día les arrebataron la
victoria. Aunque parezca mentira, yo solo no me atrevo a bajar, y
con Matías no puedo contar porque lo tienen de aquí para allá sin
parar de trabajar. Llega a la celda tan cansado que siempre se queda
dormido en cuanto toca el camastro.
Ahora que me estoy dedicando a la administración de las tierras
del Señor de Villalobos, de la mano de mi padre, los recuerdos
de aquellos emocionantes días se van escondiendo y al ponerme delante
de un pergamino a escribirte estas palabras es cuando están
afl orando, creando extrañas sensaciones en mí. En estos días, en que
hay mucha gente que su fanatismo religioso les hace temer aquello
a lo que no le encuentra explicación o se sale de su doctrina, intento
ocultar mis conocimientos mágicos por miedo a la reacción de la
gente.
Es por eso que me estoy aplicando en aprender, para sorpresa
de mi padre, que siempre me consideró un zoquete pedante, los
entresijos de la administración de tierras y bienes de mi Señor. Así
mantengo alejado el irrefenable deseo de seguir practicando la magia,
con el consiguiente peligro tanto para mí, como para este conocimiento
que nos han transmitido.
Te parecerá extraño que no te hable de nuestro amigo Matías,
pero en los últimos días de estancia en el monasterio, prácticamente
no nos veíamos. Cuando nos cruzábamos nos preguntábamos por
nuestro estado de ánimo y nos dábamos cuenta que aquel lugar
empezaba a oprimirnos. Nos parábamos a intercambiar palabras
de ánimo y aliento, como si estuviéramos en un periodo de tránsito
hacia otra cosa.
El día de mi marcha nuestro amigo me reveló que en breve se
marcharía a recorrer el mundo. Sin nosotros la vida en el monasterio
no tenía sentido para él. Siempre ha vivido entre los muros del
monasterio y la única gente que ha conocido son los monjes y los
aldeanos de las cercanías. Quería conocer las tierras de más allá de
las montañas y las gentes que las habitaban. Yo le advertí que desconfi
ase de su ingenuidad por su propia seguridad. Que allá donde
fuere encontraría gente con buenas intenciones, pero también mucha
con intenciones, que a pesar de no ser malvadas si intentarían
aprovecharse de su buena fe.
Me aseguró que, pararía a hacernos una corta visita antes de
seguir su incierto camino. Cuando eso ocurra intentaré averiguar
sus intenciones y su destino.
Quizás nos volvamos a reunir algún día. No lo sé, pero quisiera
que pusiéramos una fecha para una próxima reunión e intercambiar
experiencias y mantener viva nuestra amistad.
Con el poco tiempo libre que me dejan los libros de cuentas, he
seguido experimentando con los hechizos y he obtenido algunos progresos.
Es por eso que os animo a que vosotros también le dediquéis
tiempo a aquello que nuestra “Gran Dama” nos ha legado, para que
no se pierda entre nuestros recuerdos.”
Gonzalo dejó la carta de Tedesio a un lado y comenzó a escribir otra para su amigo.
“A D. Tedesio Vázquez, administrador del Señor de Villalobos:
Me ha alegrado mucho recibir tu carta y estoy seguro que serás
un buen administrador digno de la confi anza de tu Señor.
Cuando estudiaba en el monasterio tenía unas ideas de cómo
sería, o me gustaría que fuera, mi vida de adulto. Ya sabes que mi
padre quería para mí, que formase parte del clero y en ese sentido
se encaminaba mi instrucción. Incluso ha estado en contacto con
miembros destacados para que ingrese en el obispado.
Ahora que ya he salido del monasterio y a pesar que, según
fray Ramiro, ya estoy preparado, yo veo las cosas de forma distinta.
Francamente no me veo ocupando cargos eclesiásticos, y no es por
falta de fe, sino más bien por falta de vocación. Todavía no se lo he
dicho a mi padre, pero imagino que su airada reacción será la de
desheredarme de lo poco que me corresponda o incluso la de repudiarme.
Sé la importancia que tiene que sus hijos ocupen cargos de
importancia, eso da a la familia más posibilidades de competir con
sus enemigos. Sé la importancia que tiene para él y la tenía para mí
cuando entré a estudiar en el monasterio, pero ahora he cambiado.
Si esto fuese así, no se lo reprocharé pues comprenderé su frustración
ante las esperanzas depositadas en mí. Estoy seguro que mi
hermano mayor, heredero del título, tierras y bienes sabrá honrar
adecuadamente a mi familia.
Todo lo que me ocurrió mientras estuve en el monasterio me
ha hecho cambiar y ahora no sé muy bien lo que quiero. Fíjate si
el cambio es importante que jamás pensé que pudiera escribir cosas
tan serias, ¿tendrá razón fray Ramiro cuando nos dijo que habíamos
madurado muy rápido?
Por mis tierras nunca ha habido osos y los pastores dicen que
últimamente han visto a alguno rondar por los montes cercanos al
castillo. Me divierte oír esos comentarios y me divierte provocarlos,
pero me falta algo, y no sé lo que es. Me quedaré una temporada en
el castillo de mi padre hasta que encuentre la manera de decirle que
no voy a entrar en la iglesia y luego ya veremos lo que ocurre.
Creía que estas líneas me ayudarían a aclarar mis ideas, pero
no ha sido así. Es por eso que terminaré hablándote de Diego.
Tras nuestra salida del monasterio Diego pasó un par de días
en el castillo, donde me dijo que partiría en busca de su padre para
combatir a su lado en las campañas en las que se viese inmerso
dada su condición de soldado. Sé que es un gran luchador, pero si
nos hemos hecho mayores signifi ca que querrá demostrar su valía en
combate y eso le puede volver imprudente. Tengo miedo que le pase
algo en una de las batallas en las que seguro se verá inmerso.
Él, al contrario que yo, sí sabe lo quiere y a pesar de que intenté
que se quedará un tiempo en el castillo, estaba decidido a ir con su
padre y luchar a su lado.
A mi padre le vendría bien un guerrero de la valía de nuestro
amigo y así se lo dije a Diego. Le proporcioné un arma y una armadura
y ante su negativa a aceptarlas tuve que convencerlo que
no era un regalo, podía pagarlas con servicios a mi familia. Fijamos
el precio con mi hermano mayor y se incorporó a su guardia personal.
Dicen que, a parte de mi familia, no ha habido guerreros tan
valientes y bravos como él, con lo que rápidamente saldó su deuda.
Diego seguía con su idea fi ja en la cabeza, me agradeció lo que
había hecho por él, pero se iba a marchar. Ante su decisión poco
podía yo hacer y le deseé suerte allá donde fuese. Mi hermano en
agradecimiento a su valor le dio un magnífi co caballo blanco, como
corresponde a los grandes héroes y no tendría que pagarlo pues era
un regalo.
Y Diego se marchó y aumentó mi pesar y mi desasosiego hasta
que tu carta me levantó el ánimo y su lectura me ha dado la fuerza
sufi ciente para dirigirme a mi padre y comunicarle mis intenciones.
Recibe mis saludos.”

Gonzalo, sumido en sus pensamientos, se olvidó de usar formalismos para acabar la carta. Enrolló el pergamino, lo selló y lo introdujo en el mismo tubo de cuero, en el que le había
llegado el mensaje de su amigo Tedesio. Llamó al mensajero y le entregó el nuevo mensaje, con órdenes explícitas de entregar el mensaje en mano a Tedesio Vázquez hijo, Administrador del Señor de Villalobos.

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Informe de fray Vedasto.
“Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo:
Ante la tarea encargada me dirigí sin pérdida de tiempo al
monasterio del Abad D. Gerardo de Peña. El viaje hasta las altas
cumbres fue muy placentero pues el campo revitaliza los sentidos y
rejuvenece el alma. Nuestro recibimiento fue de gran cortesía por
parte de aquellos atareados monjes que, amablemente, me facilitaron
un lugar apropiado para mi estudio.
Sin permitirme un momento de descanso me puse a trabajar,
acompañado de mi temeroso e impresionable escribano, el cual me
permitía observar, en sus ojos, el punto de vista de los ignorantes
lugareños.
Comencé interrogando a los hermanos frailes sobre los hechos
denunciados, y aunque pude ver que sus respuestas claramente se encaminaban
a la fantasía, me abstuve de sacar conclusiones o hacer
juicios rápidos hasta recabar más información.
Según la denuncia hecha en su momento por fray Canciano,
El Maligno se había instalado en el monasterio, alentado por las
investigaciones alejadas de la verdadera fe que en ese lugar se practican.
Consecuencia de ello son las muertes de dos chicos en circunstancias,
según el denunciante, tan horribles que solamente Satanás
puede ser responsable de ellas.
En primer lugar me entrevisté con D. Gerardo de Peña, Abad
del Monasterio, el cual me puso al corriente de la rutina monacal
y de los trabajos realizados en aquel lugar alejado de miradas indiscretas,
pero no de la mano de Dios Nuestro Señor que siempre
vigila, con atenta mirada, nuestros actos.
Pude comprobar personalmente que el joven acólito pudo haberse
arrojado de lo alto del campanario o incluso una mente desequilibrada
puede ver a una maligna mano empujando al chico,
pero mis averiguaciones me llevaron a ver que la verdad suele ser
más sencilla que las retorcidas supersticiones de la gente.
El joven llamado Eusebio, era un chico aplicado que, en los
momentos de esparcimiento, solía frecuentar lugares solitarios donde
buscar la iluminación de Dios.
De todos es sabído la temeridad que profesan los jóvenes y su
inexperiencia de la vida les lleva a correr riesgos que ponen en peligro
su propia vida. Uno de los lugares frecuentados por Eusebio
era lo alto del campanario, lugar donde su temeridad le llevó bien
a tropezar, o bien a perder el equilibrio, y caer desde lo alto, precipitándose
al vacío y despeñándose por el barraco próximo. Esto lo
pude comprobar al observar que una caída desde el campanario
tenía como destino el fondo del barranco.
Con el otro chico, que no era más que un simple pastor, necesité
menos tiempo para llegar a la conclusión que lo devoraron los
lobos. Con un rápido interrogatorio entre los lugareños y un rato
de meditación pude ver la realidad de lo sucedido. En invierno las
bestias vagan hambrientas por los montes y por todos es sabido de
la holgazanería de los pastores y hombres de monte. El muchacho
se tumbó bajo un árbol a dormir mientras el ganado pastaba y se
lo comieron los lobos que prefi eren la tierna carne de un mozalbete
fácil de cazar. Mi conclusión sobre este incidente, que en nada está
relacionado con el estudiante, es que en las parroquias de monte se
debería predicar sobre la obligación de los campesinos a atender las
tierras y el ganado de sus señores y no holgazanear como acostumbran
a hacer a la menor ocasión.
Pude comprobar que los monjes de esta comunidad son susceptibles
de dejarse llevar por su imaginación ante hechos desgraciados
o accidentes. Uno de los miniaturistas, dejándose llevar por
sus enloquecidas ideas, representó en un pergamino una aparición
sucedida días después de las trágicas muertes. Según su testimonio
un demonio alado descendió de las alturas para capturarlo y tras
fallar el intento se introdujo en las entrañas de la tierra. Visitando
el claustro, comprobé que el sol al pasar por detrás de la cruz del
campanario, creaba una sombra en el suelo similar a la de un pájaro
alado. Al estar rodeado el monasterio de montañas, se oyen con
frecuencia gritos de aves. Todo ello llevó al monje a crear una historia
que, a pesar que él mismo se la creía a pies juntillas, se puede
demostrar todo como una invención provocada por los inusuales,
aunque perfectamente explicables acontecimientos.
Hay que destacar que antes de iniciar el regreso fui atacado
por el monje que realizó las denuncias. Todos los presentes, y de
ello doy fe en estas líneas, pudimos comprobar alto grado de locura
en este hermano. Si alguna vez estuvo el demonio en este lugar,
probablemente al único que realmente influyó fue a ese desgraciado
que movido por Dios sabe qué ambiciones no dudó en crear caos y
confusión entre nosotros. Mi guardia personal no dudó en abatir a
semejante individuo, garantizando así, no solamente mi seguridad
sino la de nuestros indefensos hermanos.
Conclusión. Es sorprendente como un cúmulo de casualidades,
unidas a la superstición local, puede confundir la visión objetiva de
la gente humilde. Por eso puedo afi rmar que las acusaciones vertidas
sobre el monasterio de fray Gerardo de Peña son falsas y con una clara
intención personal de desacreditar al Abad y su comunidad. Las
motivaciones son sin lugar a dudas la ambición desmedida de un
monje que no ha entendido su posición en la jerarquía de la Santa
Madre Iglesia, donde cada uno tenemos nuestro lugar fijado por el
mismísimo Dios.

El obispo, satisfecho con el informe de fray Vedasto, enrolló el pergamino y tras sellarlo lo guardó entre la multitud de informes y tratados, con la intención que se dispersara entre ellos y el tiempo se encargara de olvidar los hechos.


FIN.
Gregorio Sánchez. Octubre 2007.


Un relato de magia ancestral. Autor: Gregorio Sánchez Ceresola.
Registro de la Propiedad Intelectual: Asiento 09/2009/1973

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