La tranquilidad del
viaje en modo automático le permitió relajarse recordando momentos
pasados, que no necesariamente gratos. Recordaba los paseos por la
playa, sintiendo la arena bajo los pies descalzos. Recordaba como ella se
quedaba detrás cada vez que recibía una llamada del laboratorio y
anteponía el trabajo al placer. Recordaba aquel día que buscó su
mano y encontró el espacio vacío que ella había dejado nuevamente
al alejarse para contestar otra videollamada. Mientras él esperaba
apurando la botella, ella era informada del resultado de los últimos
cálculos y simulaciones, donde se predecía sí se podía rasgar el
espacio-tiempo y saltar a otra parte del universo. A través de sus
gafas de realidad aumentada consultaba los datos que indicaban la
gran cantidad de energía necesaria para el salto, una energía que
solamente podrían obtener de una llamarada solar. La veía sonreir,
aunque lo hacía a medias ya que el salto sería totalmente
aleatorio. Necesitaban pasar a la siguiente fase del proyecto.
La cápsula
espacial había llegado a su posición tras un trayecto relativamente
corto. Los últimos avances en motores espaciales reducían mucho el
tiempo de viaje dentro del sistema solar. Pero su destino era uno
mucho más hostil y peligroso; el propio Sol. Construido con los
materiales más avanzados, el vehículo era capaz de soportar las
extremas temperaturas de la cercanía al astro rey. Aguantaría lo
necesario, hasta que una llamarada le transmitiese la energía
necesaria para ser catapultado a otro lugar muy lejano, o muy
cercano, dependiendo de las distintas teorías.
Aquella iba a ser
la prueba definitiva de que el sistema era viable.
Estrés Nivel 0.
Estable.
Aniceto desconectó
los sistemas electrónicos que lo habían guiado a su posición y se
dispuso a operar con los controles manuales.
–Manda huevos que
por mucha tecnología que tengamos, terminemos haciéndolo todo de
forma manual –se dijo a sí mismo.
–Aniceto, aquí
control de seguimiento de misión, ¿me recibes? –sonó una voz
femenina en la cabina.
–No jodas –dijo
Aniceto con fastidio.
–Aniceto, aquí
control de seguimiento de...
No esperó a que
acabara la frase y con un brusco movimiento activó las
comunicaciones.
–Vale, vale, te
escucho ¿y tú a mí?
–Con alguna
interferencia, pero te entiendo. Iniciando el protocolo...
–De eso nada. No
inicies ningún protocolo –ordenó secamente Aniceto.
–¿Cómo? –se
sorprendió la voz femenina.
–¿Donde está el
otro controlador? –preguntó desconcertado.
–Pedro ha
cambiado el turno y yo voy a ser tu control de misión.
–Ni hablar. Yo
quiero al otro. Ya te estás levantando y yendo a buscarlo.
Sonó un clic y una
sucesión de pitidos.
–El protocolo de
actuación ha sido iniciado, o sea, que eso no va a ser posible –dijo
ella sin inmutarse.
–Mira tú no
sabes lo que he tenido que sufrir hasta llegar aquí, para que ahora
me vengas con que ha cambiado el turno.
–Me da igual lo
mal que lo hayas pasado pero, te guste o no, yo voy a ser tu control
de misión.
–Me cago en la
leche, pues no te quiero en control –dijo Aniceto, con tono de
rabieta.
La voz femenina no
replicó y el tenso silencio solamente era roto por algunos pitidos y
chasquidos.
Aquel imprevisto
trajo a su mente los recuerdos del duro entrenamiento para aquella
misión. Un entrenamiento que estaba demasiado cerca de la locura.
Estrés Nivel 1.
Aumentando.
Hacía meses que la
espiral de riñas y reproches había minado su convivencia en pareja
hasta que la pérdida de su trabajo terminó por lanzarlo todo por el
sumidero.
Necesitaba algo que
le devolviera al sendero de la cotidianidad, alejándolo del tedio
que solamente conducía a alcohol y drogas.
Fue ella la que le
puso en contacto con el proyecto Cobaya–SUN2X, pero fue él quién
que aceptó los riesgos. Ser parte de un equipo de investigación era
un trabajo deseado por los que, como él, habían estado saltando de
trabajo en trabajo, sin oficio ni beneficio. Aniceto no imaginaba que
el riesgo era que tenía que franquearle el paso a la locura.
–Protocolo de
actuación finalizado –la voz femenina lo devolvió al momento
presente. –Permanece atento a las señales ¿Estás preparado?
–No, demonios. No
estoy preparado, como tampoco lo estaba durante la selección. Ellos
sabían mis problemas con la bebida. Dijeron que no era nada que un
buen café no solucionase. Me declararon apto a pesar que mi afición
a los psicotrópicos aparecía en el informe médico.
–Ahora ya es
tarde para lamentarse –dijo ella. –Estás en órbita solar y lo
mejor que puedes hacer es centrarte en la misión.
–¿Cómo voy a
centrarme? –gritó él. –Simplemente oír tu voz me saca de mis
casillas. ¡Quiero al otro controlador!
–Pues es lo que
te toca. Olvídate de Pedro porque ni está, ni se le espera. Como ya
te he dicho antes, te guste o no, es lo que hay.
Aniceto volvió a
pensar en voz alta ignorando los datos y órdenes que le transmitían
desde el control. Uno de los efectos secundarios del terrible
entrenamiento era que terminaban hablando solos.
–Pedro me fue
guiando en los... –el hombre se interrumpió y contó en voz alta.
–Uno..., dos..., tres... ¡Maldita sea! ni me acuerdo del tiempo
que llevo metido en esto. El caso es que fue él quién me explicó
cómo funcionaba la empresa. Inversores buscando acortar los viajes
espaciales. Unos viajes cuya larga duración hacía perder
rentabilidad a la carga, por muy valiosa que fuera. Decenas de años
desalentaban al que quisiera esperar media vida para recuperar lo
invertido.
Estrés Nivel 2.
Aumentando.
A pesar que el vacío no transmite el
sonido, su imaginación comparaba la llamarada solar con las olas del
mar. Recordando mirarse la mano vacía, lanzar la botella vacía y
verla girar en el aire para luego caer donde las olas rompían como
rompería la llamarada solar sobre la cápsula.
–Chorro de
energía en curso. Comprueba los escudos térmicos, las vías de
transferencia y los acumuladores –dijo la mujer del control de
misión.
–Sí, parece que
hace más calor –respondió él con sorna.
–Necesito los
valores ¿Qué lectura te dan los indicadores?
–Más o menos...
–dudó Aniceto.
–No. Más o
menos, no. Necesito las lecturas exactas.
–Pues no va a
poder ser porque las agujas analógicas tienen el baile de San Vito.
Haber instalado contadores digitales –aclaró el hombre secamente.
Miró a su
alrededor y le dio la sensación de estar en una vieja cápsula,
cutre y destartalada.
–Sabes que los
circuitos no aguantan los chorros de energía –aclaró ella.
–Pues estos
indicadores tiemblan como yo cuando me sentaban en la silla de
simulación. Me tenían que atar para no caerme. Aquellas inyecciones
calmaban mi ansiedad, pero luego la oscuridad y la luz, alternándose
con los colores que giraban a mi alrededor volvían a ponerme en un
estado alterado de consciencia. Intentaban recrear lo que me
encontraría aquí.
–Vale, vale.
Corta el rollo y dime lo que muestran los indicadores –interrumpió
la mujer del control.
–Por eso no
quiero trabajar contigo, eres tan fría y desagradable –dijo él
con fastidio, pero se interrumpió antes de acabar la frase.
Los indicadores
oscilaban frenéticos.
–Y yo qué sé
–respondió al fin. –Aquí cada vez hace más calor y se me nubla
la vista.
–Recupérate
porque es imposible que suba la temperatura. Los escudos térmicos
disipan el calor.
Estrés Nivel 3.
Aumentando.
El corazón le
latía con fuerza y las bocanadas de aire no aliviaban la sensación
de asfixia. Tenía la sensación que los ojos se le salían de las
órbitas hasta que recuperaba la vista.
–Voy a apretar el
botón mágico –dijo Aniceto.
–No, no lo hagas
todavía. Espera a que todo esté en óptimas condiciones –avisó
con urgencia la voz femenina.
–Tengo mucho
calor, me tiemblan las manos y empieza a escasear el aire.
–No puedes hacer
el salto todavía. Recuerda el entrenamiento, la cápsula está
diseñada para aguantar las radiaciones de la llamarada.
–¿Ahora sí
quieres que recuerde? ¿Sabes qué recuerdo? El dolor, el sueño y el
sufrimiento.
Aniceto volvió a
ensimismarse con sus recuerdos.
–Cuando me
levantaba del sillón las muñecas me sangraban de las amarras. Me
fallaban las piernas y me llevaban a rastras al camastro donde me
dejaban hecho un ovillo. Dormía mucho o poco, no lo sé, pues
siempre parecía que me acababa de acostar. Perdí la noción del
tiempo. El único alimento era aquella papilla asquerosa y agua para
poder tragarla. Parecía un preso al que trataban con especial
sadismo.
–Pero si a ti te
encantaba la ensaladilla –intervino ella.
–La ensaladilla
sí, pero aquello era un mejunje avinagrado donde los trozos de "yo
qué sé qué" burbujeaban hasta danzar como bichos nerviosos.
–Eso era por las
drogas... –se le escapó a ella.
–¿Qué drogas?
Hace mucho que no tomo psicotrópicos.
Aniceto se quedó
un momento en silencio, mientras otro chorro de energía procedente
del sol agitaba la cápsula y todo en su interior.
El dolor volvió y
se miró las muñecas. Ahora no sangraban aunque la sensación era la
misma. Tampoco estaba atado por lo que tuvo que sujetarse con fuerza
para no caer. Todo le daba vueltas, la cabeza estaba a punto de
estallar y el sudor se le metía en los ojos.
–Voy... a...
pulsar –dijo con dificultad.
–Todavía no es
el momento –le dijo la mujer.
–No lo... soporto
–gimió Aniceto.
–Aguanta, tienes
que aguantar como sea.
Respiraba con
dificultad, notaba el corazón desbocado, pero intentaba
tranquilizarse.
Estrés Nivel 4.
Aumentando.
Desvió su mente de
toda aquella vorágine y cayó en la cuenta de las palabras de la
controladora.
–¿Drogas? ¿De
qué drogas me hablas? –interrogó a la chica.
–Nada, nada,
olvídalo –respondió ella, apurada.
–¡Me cago en la
leche! Me estabais drogando. Las inyecciones eran alucinógenos. Los
más fuertes que yo haya tomado. Hacían quedar a los otros como
gominolas. Pero ¿para qué?
–Para nada, eran
fármacos para ayudarte a aguantar la tensión.
–¿Te crees que
soy tonto? Los mareos, los sudores, alucinaciones y posterior resaca
eran por drogas. Sé cómo es un colocón; he estado muchas veces.
–Un poco tonto sí
que eres para no darte cuenta. Ahora ya da igual. Solamente una
persona con hipersensibilidad y en un estado alterado de consciencia
puede detectar la ráfaga adecuada.
–Desarrollar mi
intuición, decían ellos.
–Sí, hasta
límites inimaginables.
–¿Y mi cordura?
¿No os importaba mi salud ni el peligro?
–Pues no, para
qué te voy a engañar. Sólo eres un experimento.
Aniceto recordó
como, con el agua del mar hasta el cuello, unos brazos fornidos lo
sacaban brúscamente del agua.
–O sea, que me
habéis traído hasta aquí para que me ase como un pollo –gritó
Aniceto, enojado.
–¡Premio! Ya vas
entendiendo como funciona esto. Te ha costado pero no todos lo cogen
igual de rápido –dijo la mujer en un tono sarcástico.
La mezcla de
humillación y cabreo llevó a Aniceto a amenazar, no solamente a la
controladora, sino a toda la empresa.
–Si le doy al
botón ahora mismo, provoco el salto. Eso mandaría al carajo la
misión, estropeándolo todo –amenazó el hombre.
La mujer del
control de misión se quedó un tenso momento en silencio hasta que
contestó precipitadamente.
–Naa, no te hagas
ilusiones. No se llegaría a producir el salto y serías engullido
por una lengua solar como un mosquito en la boca de un dragón.
–Pero os jodería
la misión. Todo se iría a tomar viento.
–No eres tan
valiente de sacrificar tu vida por fastidiarnos. Además no te
serviría de nada porque antes de ser destruida, la cápsula enviaría
los datos a la base para usarlos en futuras misiones.
Aniceto se quedó
en silencio, pensativo. No le encontraba sentido alguno a todo
aquello, aunque tal vez fuera porque no podía pensar con claridad.
En aquella nave
todo era analógico y mecánico: contadores, indicadores, palancas,
interruptores, etc. El calor, el magnetismo y las radiaciones
dejarían inservible cualquier electrónica. Por eso necesitaban una
persona y no se podía hacer de forma automática. Nada podía enviar
datos. ¿Por qué le mentía?
Estrés Nivel 5.
Aumentando.
–No pienses
¡actúa! –le urgió ella, que de repente parecía haberle entrado
las prisas.
–Intuición,
hipersensibilidad, estado alterado de consciencia... –pensó en voz
alta por la dificultad para concentrarse.
-¿Cuándo dejó de
importarte lo nuestro? -dijo Aniceto.
–Vale cariño, te
voy a hablar claro. Durante los años que vivimos juntos te portaste
como un auténtico imbécil. En las fiestas con amigos bebías en
exceso e intentabas hacer gracias con las que conseguías que se
rieran de ti y no contigo. Cuando el desfase llegaba al esperpento,
todos se marchaban al no poder aguantar la vergüenza ajena. Entonces
caías al suelo víctima de tus propios lloriqueos babosos ¡Patético!
Aquellas pastillas de colores te permitían comportarte
correctamente, o todo lo correcto que se podía estar sentado en un
sillón con sonrisa de alucinado. La mejora temporal solamente duró
hasta que quedaste enganchado, alucinado e igual de patético.
–Y entonces me
echaron del trabajo –intervino Aniceto.
–Creí que con
drogas la cosa mejoraría, pero te enganchaste y todo fue a peor.
Entre colocón y colocón, saltabas de la euforia a la depresión
hundiéndote cada vez más. Tu soberbia solamente era superada por tu
estupidez. Nuestra situación cayó en picado. Entonces vi una
solución. Podías ser el candidato idóneo para el Proyecto COBAYA.
Para bien o para mal era la única salida. Solución o destrucción,
todo o nada.
–O sea que ya
sabías lo que me esperaba. Conocías los detalles, las drogas, las
torturas y la locura; y aún así me...
–Por supuesto que
lo sabía –le interrumpió ella–. Llámalo desesperación o
llámalo venganza, el caso es que moví mis contactos, y me rebajé
pidiendo favores para que entraras como cobaya.
–¡Maldita seas!
Eres una sádica. Siempre me has utilizado. Nunca imaginé que el
rencor te llevara tan lejos –gritó él, impotente.
Aniceto lloraba,
gritaba y el calor lo abrasaba. Llegó a la conclusión que aquello
era un auténtico infierno.
Miró por las
ventanillas en el momento que una gran masa de luz lo inundó todo,
cegándolo a pesar de la protección de las gafas oscuras.
Aquel era el fin.
Aquello no parecía el famoso túnel, era más parecido a una pista
de despegue, iluminada por colores que silbaban al moverse hacia una
grieta negra que destacaba en la inundación de luz. Siguió las
chispas con la mirada hasta ver como confluyeron al frente en una
grieta que rasgaba el espacio.
Su intuición le
dijo que aquel sí era el camino que le conduciría a su destino. Era
el momento adecuado. Tanteó a ciegas hasta que golpeó con furia el
botón del sistema de salto.
Estrés Nivel 3.
Descendiendo.
Recostada en el
sillón, la controladora suspiraba para recuperar la calma.
–Maldita sea, esa
llamarada lo ha engullido reduciéndolo a polvo estelar. El satélite
de seguimiento no detecta ningún rastro. Le ha faltado estrés,
tensión y cabreo. No he llegado a provocarlo suficiente. Terminó el
entrenamiento al borde de la locura, pero el tiempo apremiaba y
querían resultados. No se podía esperar más. He intentado llevarlo
al límite de su cordura pero no ha sido suficiente. No ha podido
intuir la grieta y no ha podido saltar. Tendremos que usar otra
cobaya y volver a intentarlo.
Estrés Nivel 0.
Estable.
Pasado un periodo
de tiempo, que según la relatividad, podía ser mucho o poco, un
comité gubernamental de científicos estudiaba el informe del primer
hombre que había conseguido usar una grieta solar para viajar por el
espacio.
En la rueda de
prensa posterior, Marga intentó pasar desapercibida mientras los
periodistas preguntaban a Aniceto
-Usted es el primer
hombre que ha conseguido usar una grieta solar para viajar por el
espacio. ¿Por qué ha decidido poner a disposición de toda la
comunidad lo descubierto "al otro lado"? Nadie es tan
altruista. ¿Qué busca a cambio: dinero, fama, poder...?
–¿Qué busco?
Busco la venganza del que creyeron muerto, para así tranquilizar mi
cordura.
–respondió
Aniceto mostrando la máscara metálica que cubría la mitad de su
rostro.
A pesar de todo
sonrío mientras contemplaba a Marga como se marchaba abatida.
Autor: Gregorio
Sánchez. Junio 2017.

Proyecto COBAYA-SUN2X by Gregorio Sánchez Ceresola is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://relatosgregorio.blogspot.com.es/2017/06/proyecto-cobaya-sun2x.html.
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