lunes, 1 de diciembre de 2008

La obra cumbre

I
Recorrió la ciudad en busca de un lugar alto. Lo más alto posible. Pero la altura no lo era todo, tenía que tener ese encanto de la arquitectura antigua. Con ennegrecidas gárgolas que vomitaban el agua de lluvia que recogía el tejado. Llegó frente a la iglesia de estilo gótico y la decepción le subió por el esófago hasta amargarle la boca. Estaba en estado ruinoso y parcialmente derruida. La gente había rezado, suplicado su salvación, y cuando esta no llegó, la furia los dominó convirtiéndolos en una turba que destruyó el templo. Los más religiosos no perdieron la esperanza; perdieron la vida entre sus muros. Ya tenía la boca tan repleta de decepción, que le dolía. Inspiró profundamente y con un grito de rabia la expulsó; quedándole, eso sí, la amargura en la garganta.
–Cabrones. Malditos seáis –gritaba. –Era un lugar ideal. Podía haber quedado estupendo.
La maldición se perdió entre las callejuelas adyacentes sin encontrar respuesta. Nadie le contestó. Nadie le miró, y el silencio volvió a remansarse a su alrededor.
Giró en redondo y se encaminó al bar para ahogar las penas en alcohol. El local estaba patas arriba, todo roto y destartalado. Rebuscó detrás de la barra por si había sobrevivido algo. Un par de desnudas botellas de vino habían resistido heroicamente el asalto. El resto de compañeras habían caído, derramando sus entrañas por el suelo. Las sacó de su escondrijo y volvió a la plaza. Se sentó en el respaldo de un banco, como era su costumbre, y dejó que la bebida le guiase en sus divagaciones.
No tenía mucha idea de, cómo él mismo decía, “se había ido la humanidad a la mierda”. Pero le daba igual. Había encontrado restos de periódicos y se había hecho una idea. Una mortal epidemia se había cargado a millones de personas. Podía haber venido con un meteorito o, como decían otros, haberse fugado de un secreto laboratorio bioquímico. A estas alturas le importaba poco. Los focos de la enfermedad salían por doquier, arrasando la vida a su alrededor. Sin tiempo ni medios para enterrarlos, los muertos generaron otras epidemias que durante meses acabaron con más gente, creando caos y destrucción... y muriendo más gente. Los supervivientes enfermaron, enloquecieron, o ambas cosas. A partir de ahí dejaron de haber informaciones.
De todas maneras le daba igual cómo ocurrió, el caso es que ahora estaba solo, solo y borracho frente a una iglesia que no le servía para nada.
Apuró la botella y cuando se levantó comprobó con fastidio que ni siquiera estaba borracho. El cabreo actuó como un resorte y lanzó la botella vacía, estrellándola contra la pared de la iglesia.
La segunda botella de vino marcó un cambio en sus pensamientos. Perdido el romanticismo de la iglesia, decidió hacer una obra más urbana y cosmopolita. Iba a exponer en el edificio más alto de la ciudad. Aprovechando que todavía estaba sobrio, se dirigió al “Tornillo”, que era como se conocía popularmente el rascacielos. Llevándose la segunda botella consigo, emprendió el camino hacia el singular edificio con forma espiral. Continuó bebiendo y la cantidad de alcohol en el cuerpo le fue soltando la lengua. Elevando la voz a medida que disminuía el vino de la botella, fue compartiendo consigo mismo sus cavilaciones espirituosas.
– “Mediocre artista polifacético”. Vaya un titular de mierda puso el crítico ese listillo en la página de cultura. Vale que vino poca gente, pero si la galería hubiera aguantado algo más de dos días... Menos mal que ya estaba montada si no todavía la habrían cancelado. ¡Cabrones peseteros! Ni siquiera el reclamo de mi último CD atraía a la gente. “Viajes Binarios”, qué título más auténtico. Con las tres mil copias que vendí, más las que se subdistribuyeron, debía de sonarles algo. Pues ni aun así. Encima el de la discográfica va y me dice: “Ánimo chaval. Sigue trabajando y tarde o temprano triunfarás”. Los mandé a tomar por el culo.

II
Anduvo por las estrechas calles de la parte vieja de la ciudad. En esta zona los cadáveres estaban amontonados en ambas aceras. Con el tiempo habían dejado de emitir el nauseabundo olor de la descomposición, pero seguía siendo una terrorífica visión. Aceleró el paso para salir lo antes posible de allí. Al sortear un montón de cadáveres tropezó con uno. La patada desprendió el cráneo, que rodó un par de metros por la empedrada acera. Un grupo de cucarachas salió por las cuencas vacías de la calavera y corrieron en busca de otro refugio.
–¡Puag, qué asco! –exclamó. –Me he acostumbrado a ver muertos desparramados por ahí, pero nunca soportaré a las asquerosas cucarachas. Podían haberse muerto ellas también.
Salió del barrio viejo y tomó la avenida principal. Esta estaba vacía. Ni muertos, ni coches, ni nada de nada.
–¿Por qué fueron a morirse a las callejuelas? –preguntó, esperando que alguien le diera la respuesta que no llegó.

III
Aquel artículo del periódico lo había sumido en una profunda depresión. Se encerró en su ático y se aisló del mundo exterior que no le comprendía.
–Les obligaré a reconocer mi talento. Se van a enterar de lo que es arte. Se creen más listos que nadie y no tienen ni puta idea.
Desconectó la comunicación con el mundo exterior. Compró comida para varios meses y se dispuso a crear. Alternaba su tiempo entre el lienzo y el piano. Componía acordes que luego mezclaba con el ordenador. Otras veces hacía danzar el pincel al ritmo de músicas varias.
–La soledad permite al artista conocerse a sí mismo. El aislamiento permite a la creatividad surgir de las entrañas de su ser –se repetía a menudo para darse ánimos.
Hasta su ático llegaba el ruido de los tumultos callejeros, pero los ignoró. El mundo podía enloquecer si quería, pero eso no le iba a afectar. Los paneles solares evitaron que los cortes de electricidad perturbaran su creación. Continuó con su trabajo.

IV
Tenía a la vista el rascacielos y a medida que se acercaba le iba impresionando más lo que veían sus ojos. La mole de cemento y cristal estaba parcialmente quemada, con varios ventanales rotos, como cuencas vacías de una cara deforme. Varios vehículos estaban convertidos en chatarra, víctimas de un accidente múltiple. Las auténticas víctimas habían quedado atrapadas en su interior sin que nadie las rescatara. Pero lo que le paralizó de horror fue la numerosa cantidad de cuerpos que habían agrupados en la ancha acera.
La visión de los cuerpos estampados le obligó a taparse la cara con las manos. Las lágrimas resbalaban por sus muñecas y cuando las piernas no lo sostuvieron cayó de rodillas. Sin apartar las manos de la cara, lloraba sin cesar.
–A estos no los han amontonado, se han amontonado solos– dijo mirando hacia arriba. –Perdieron la chaveta y como lemmings suicidas, se tiraron en masa desde lo alto.
Con los ojos todavía llenos de lágrimas, se levantó y corrió al interior del edificio. Una vez dentro del vestíbulo comprendió que el mundo le importaba más de lo que admitía. Instintivamente se dirigió a los ascensores, pero las puertas desvencijadas le recordaron que las escaleras eran la única opción para llegar a la cumbre. Mirando por el hueco de la escalera se confundía arriba con abajo. Los cuarenta pisos daban la sensación de ser un profundo abismo en vez de una interminable ascensión. Sus piernas se negaron a subir y regresó al vestíbulo a meditar la mejor manera de llegar a la azotea. Sus pensamientos tomaron otro camino y recordó el momento que volvió a salir a la calle después de meses de voluntario encierro.

V
Al abrir la puerta de la calle un tufo a muerte le golpeó por sorpresa aturdiéndolo hasta el punto de vomitar la bilis de su estómago vacío. Avanzó por la calle acompañado de la inquietud que prepara el camino al horror. El sonido de sus zapatos rebotaba en los edificios destacando entre el opresivo silencio. La inquietud llegó a su cumbre y al girar la esquina el horror, con el camino despejado, le envolvió, haciéndole dudar de su cordura. Basura amontonada, coches incendiados, escaparates rotos, casas destruidas y multitud de cadáveres esparcidos por doquier.
Volvió a marearse y reculando, cayó sentado en un portal. Llevándose las manos a la cabeza, intentó razonar.
–O estoy soñando, o me he muerto y voy camino del infierno.
Para comprobar si estaba soñando, fijó la mirada en sus manos y dejó que el tiempo transcurriera para que los acontecimientos llegaran hasta él. En sus sueños nunca había dejado la mirada fija en el mismo lugar. Siempre ocurrían acontecimientos consecutivamente.
Poco a poco volvió a levantar la vista y comprobó que todo seguía igual. Caos, destrucción y sobre todo muerte.
–Ya me extrañaba a mí que tuviera esa suerte. No estoy soñando.

VI
Agitó su cabeza para sacudirse los terribles recuerdos y volver a la realidad. Una realidad en la que no tenía ni idea de cómo subir los materiales a lo alto del rascacielos.
Cada vez que se acercaba a las escaleras se mareaba al pensar en los 40 pisos de altura. Eso le hacía volver a plantearse si hacerlo o no. Después de todo, una exposición sin público era un absurdo. Pero absurda era la nueva realidad, absurdo que todo el mundo le hubiera dado por morirse y él ni se hubiera enterado y como no se le ocurrió nada mejor que hacer, continuó preparando la absurda exposición.
La única opción era poner el ascensor en marcha y tras mucho pelear con él, lo consiguió. Durante días estuvo preparando la azotea del rascacielos para su gran obra, su obra cumbre y definitiva.

VII
El grupo de supervivientes conducían velozmente por las calles vacías. Sin código que respetar ni contrarios que vigilar, parecían estar compitiendo en una endiablada carrera. La noche cerrada permitía ver los faros del vehículo serpentear entre los coches abandonados hasta llegar a la base del rascacielos.
–¡Eh¡ Ahí parece que hay alguien. Mira las luces.
El conductor frenó en seco, obligando al coche a hacer un trompo y al otro coche a esquivarlo por los pelos. Un poco más adelante el otro coche también paró.
Estás tonto ¿o que? Casi me estampo contigo. –El que así hablaba era el conductor del otro coche que no se había apercibido de las luces en lo alto del “Tornillo”.
–Sshh. Escuha eso. –Le dijo el primer conductor al segundo mientras señalaba a lo lejos.
El otro miró a donde le indicaban, y al volver el silencio escuchó una música que llegaba hasta ellos.
El grupo de supervivientes era una pequeña comunidad de gente que pertenecía al selecto grupo que las estadísticas decían que se habían salvado de las sucesivas catástrofes. Se habían trasladado al monte, alejándose de las ciudades atestadas de muertos. Evitaban internarse en ellas, y cuando lo hacían, lo hacían protegidos hasta el extremo. Las ciudades se habían convertido en lugares malditos.
Los cuatro chicos bajaron de los vehículos todo–terreno y se quedaron boquiabiertos observando desde la base del rascacielos el despliegue de luz y sonido.
Otro chico algo mayor hizo una reflexión en voz alta:
– Lo que está sonando no es muy allá, pero después de tanto tiempo, suena a gloria.
Una de las chicas del grupo que miraba con unos prismáticos llamó la atención de los otros.
–Hay alguien arriba. Parece un tío con una gabardina. Y está…. está bailando.
–Será otro que se la “ido la olla”– dijo el chico pelirrojo.

VIII
Frente al cuadro de grandes dimensiones bailaba un chico, agitando su gabardina como si se tratase de una capa. En el cuadro se reflejaba una iglesia de dimensiones imposibles, donde destacaban la cantidad de gárgolas y criaturas de leyenda talladas en ella. De fondo una apocalíptica ciudad ardía pasto de las llamas. Rayos de luz de colores chillones atravesaban las nubes de espeso humo que cubrían los edificios y convergían en una robótica figura humana que, con los brazos extendidos, parecía orquestar la destrucción de la ciudad en el pórtico de la iglesia. La machacona música hacía las veces de banda sonora, dándole al conjunto un efecto devastador.
En uno de los giros de su alocada danza, el muchacho vio a los cuatro chicos que acababan de llegar a la azotea y su cara, desencajada por la locura, sonrió.
–Las almas de los muertos asisten al espectáculo. Jua, jua, jua. –Gritaba como un poseso.
Su cuerpo no aguantó más, y agotado cayó al suelo inconsciente. En la penumbra previa a la inconsciencia pudo ver como lo recogían del suelo y pudo oír una angelical voz femenina que decía:
–Pobre chico, está al borde de la locura, si no la ha encontrado ya. Por lo menos no se ha tirado abajo como otros tantos. Nos lo llevaremos a ver si se recupera.
Cargaron el cuerpo inconsciente del muchacho en el coche y salieron de la ciudad, dejando que la luz y el sonido acompañarán a los muertos a los que poco les importaba si era una obra de arte o no.

Gregorio Sánchez. Junio 2006.

(Publicado en 2010 en el libro "Relatos de Gregorio Sánchez" de Gregorio Sánchez. I.S.B.N.: 978-84-614-0192-5 - Depósito Legal: A-409-2010)

El relato en pdf: La obra cumbre

4 comentarios:

vassago dijo...

"La obra cumbre", fué el último relato que leí, me gusto en su dí y por supuesto no deja de sorprenderme el final, durante toda la historia pensando ¿que diantres quiere hacer el colgao este? y ¿que busca en las alturas de los edificios?, ¿para quién narices quiere hacer nada si es el último que queda vivo?. Lo dicho muy bueno.
El blog me ha gustado mucho, no es nada difícil manejarse por el, y visualmente gana muchísimo respecto a donde tenias antes publicados los relatos.
Un diez. Espero impaciente nuevos relatos, así como la obra cumbre, la grande entre las grandes.

Gregorio Sánchez dijo...

Gracias por tus amables palabras. Me alegra que te haya gustado y sobre todo me alegran las preguntas que te hacías al leerlo, eso significa que conseguí agitar tu curiosidad. Al colgao le importa un huevo lo que haya pasado o dejado de pasar, él sólo quiere satisfacer su ego y mostrarle al mundo su obra. Si nadie puede verla, pues allá ellos... que no se hubieran muerto.

Mis dudas sobre el manejo del blog es porqué estoy usando herramientas muy nuevas (por lo menos para mí)l, y no sabía si facilitarían la lectura/escucha o no.
Los nuevos relatos están ahí, pero los quiero subir poco a poco para no saturar.
Un saludo.

Enzorko dijo...

Lo que me ha costado registrarme, sobre todo por el pass de 8 caracteres.

El blog está muy bién y a la hora de leer te haces pronto al sistema y resulta cómodo.

Sobre el texto... me ha gustado, lo unico que yo creí ver un trasfondo mayor a que realiza la exposición porque no tiene nada mejor que hacer o a que la hace por alimentar su ego.
Es desde mi punto de vista algo que nace de un afán de superación, realizado tal vez con algo de ira hacia el sistema que maneja el mundo de la creación en general, muy buena la critica que subyace en el texto por cierto, en la que ese afán o como alguien verá sed de "venganza" hace que exprese su ira y su sentimiento de impotencia con una nueva creación, dura, cruda en la que simbolicamente condena a una apocalipsis al mundo en general, seria interesante analizar el cuadro jejeje, y curiosamente es ese odio y esa ira la que le salva de la apocalipsis que el mismo envia al mundo ,simbolicamente.
al salir al exterior el mundo ha desaparecido, aquellos a los que odió y a los que quera demostrar algo ya no están, han desaparecido,todas sus metas se han evaporado, aqullo por lo que luchaba aquello en lo que habia focalizado el 100% de su vida desde su aislamiento se ve desmoronado.

la gran pregunta ¿que habrias hecho? 2,3 meses digamos 90 dias 2.160 horas dedicado a buscar y sacar de tu interior un sifín de sentimientos y expresando lo que te hace sentir el mundo de la cultura comercial,a mi entender, todas tus ilusiones truncadas al ver el gran muro que te separa de la relaización de tus sueños personales, las barreras que se levantaban ante ti e impedian que te mostrases al mundo, que expresaras aquellas inquietudes que te hacen crear esas obras todas esas barreras ya no están, han muerto.

es cierto, que no hay nadie a quién mostrar la exposición, no hay nadie a quién enviar una invitación, ni champan con el que brindar ni foto que publicar.
Pero hay una obra que ha sido creada y su creador siente la necesidad de mostrarla al mundo, sin los filtros sin las barreras sin criticas sin opción de ser mejor o peor, simplemente sacarla del lugar en el que fue creada.

es el parto del autor, nadie necesita que le digan que su hijo es guapo, siempre es de agradecer un elogio, y más si es sincero,pero el verdadero orgullo , lo entiendo yo así, es el sentir que es tu creación y sentir la libertad de mostrarla al mundo desde el lugar que tú decidas y para cualquiera que la quiera ver.

Es o eso, o un shock postraumatico que le genera una psicosis muy chunga.

Me ha gustado mucho.Felicidades y que sigas colgando tus relatos en este tu "Tornillo".

Esta un oco atropellado mi comentario pero parece entenderse, un abrazo amigo.

Gregorio Sánchez dijo...

Gracias Enzo.
En primer lugar no hace falta registrarse para dejar el comentario, puedes hacerlo anónimo, aunque se agredece que, por lo menos se ponga el nombre.

Sigo. Me he quedado pasmado con tu comentario. Le has sacado al texto mucho más de lo que yo, por lo menos conscientemente, pretendía. Lo que yo pretendía era hacer la historia de un cantamañanas con aires de grandeza, en un entorno que pretendía homenajear esas películas de ciencia-ficción que tanto me gustan.
Ahora que lo dices, deseo de venganza, pues sí, eso refleja el cuadro. Me gustó la idea de que fuera algo premonitorio.