viernes, 3 de abril de 2020

La Bruja y La Muerte

Solamente se oía un rumor a lo lejos. Un murmullo que se iba acercando a la ciudad, hasta distinguirse el ronroneo ronco de una motocicleta de las de tipo custom. Una de esas personalizadas al gusto del usuario, donde el estilo y la comodidad están por encima de la velocidad. Apliques cromados destacaban los detalles sobre el negro generalizado. A juego con su montura, una figura femenina, alta y delgada, cuya juventud le permitía lucir una espesa melena negra que sobresalía por debajo del extraño casco; tan negro como su ropa de cuero que se ajustaba destacando su esbeltez.
Cualquier curioso que observara su chaqueta larga ondeando a modo de capa, sentía la extraña sensación del tiempo ralentizándose mientras cruzaba ante sus ojos. Ella le devolvía la mirada con sus ojos inquietantes, para luego alejarse a toda velocidad.
La Muerte disfrutaba con aquello.
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En aquel claro de lo más profundo del pantano, una mujer de mediana edad colocaba piedras blancas en el suelo formando un pentagrama, sobre el que revoloteaba una nube de mosquitos. El viento mecía una multitud de tétricos monigotes hechos con ramitas y cuerdas, que colgaban de las ramas de los árboles. Parecían bailar al ritmo del mantra incomprensible, pero repetitivo, que recitaba la mujer.
Solamente los llantos y las quejas de una chica atada y amordazada, ponían una nota disonante a aquella puesta en escena que algunas ratas miraban curiosas. Hasta el monigote que le colgaba del cuello parecía bailar encima de la abultada barriga que denotaba un avanzado embarazo.
Visiblemente molesta, la mujer ordenaba callar a la chica, aunque en un tono suave pero firme; como si le llamara la atención a una niña.
Una vez hubo terminado los preparativos, cogió a la chica por los pelos, descartando cualquier miramiento, y la arrastró al centro del pentagrama. Las ratas que campaban por allí, huyeron asustadas. Tras atarla con fuerza a unas estacas, sacó de su mochila un cuchillo de grandes dimensiones. A pesar de la mordaza, los gritos retumbaron por todo el pantano.
\`´/
Sonia no aguantaba mucho rato sentada en la sala de espera de aquel Centro de Salud. Se levantó a mirar por el ventanal, al tiempo que una moto negra con apliques cromados paraba frente a la puerta. La chica que la conducía se bajó y, deslizándose entre la gente que entraba y salía, se dirigió al interior del control de salud.
Sonia recordó su situación y unos gruesos lagrimones se deslizaron por sus mejillas. Buscó instintivamente un pañuelo en su bolso y, tras un rato de búsqueda infructuosa, una delicada mano femenina le ofreció uno de color morado.
-Gracias. No quiero que me lleve La Muerte -dijo Sonia mientras le devolvía el pañuelo a la chica del pelo negro que vestía con el traje de cuero ajustado-.
-Es humano querer eludir a La Muerte -dijo la otra chica con calma.
-Mi vida es un fracaso. Siempre con dolores, molestias y médicos incompetentes que solamente piensan en su propio ego.
-Tú te lo has buscado. Si hubieras tomado precauciones en su momento, ahora no te verías en esta situación.
Sonia volvió a sentarse y volvió a sollozar mientras se frotaba la abultada barriga.
-No creí necesitar precauciones. Ahora, encima, para complicar la cosa... Ésto. ¿Sabes que conforme crezca acabará con mi vida?
-No creo que La Muerte quiera llevarte antes de tiempo -dijo la otra muchacha mientras le volvía a tender el pañuelo.
Sonia se secaba la cara mientras miraba al suelo.
-De todas maneras nadie la ha evitado -dijo resignada.
-Algunos lo han intentado, pero tarde o temprano la han acompañado al más allá.
Las dos se quedaron en silencio, pensativas, mientras observaban a una señora mayor que acababa de llegar.
-Solamente una persona ha conseguido evitarla, de momento. Si buscas sobre Agustina Méndez y averiguas cómo lo hizo, puede que te ayude con tu problema.
-¿Agustina Méndez? ¿Quién es Agustina Méndez? -preguntó Sonia mientras buscaba a la chica del traje de cuero, que había desaparecido.
La señora que acababa de llegar negaba con la cabeza al sentirse aludida.
\`´/
Sonia se había volcado en la rutina diaria en un intento de no pensar mucho. Sin embargo, el estrés le producía el efecto contrario e incluso le provocaba dolores abdominales. Aquella mañana caminaba deprisa por la calle, con la carpeta de documentos bajo el brazo, cuando le sonó el teléfono móvil. Miró un rato aquel número que no tenía entre sus contactos, intentando reconocer su origen. Descolgó por si fuera algún cliente.
-¿Dígame? ¡Ah! Eres tú. ¿Desde dónde me llamas?
Una motocicleta pasó en ese momento por su lado a toda velocidad.
-Sí, te oigo. Es igual, es que estoy en la calle, pero dime, dime ¿qué has averiguado de Agustina Méndez?
Sonia se apartó de la calzada en un intento por reducir el ruido del tráfico.
-¿No me digas que existe? Pero esa será otra, o bueno, a lo mejor es descendiente ¿Sabes la dirección?
La respuesta la dejó tan sorprendida que detuvo su apresurado paso.
-¿Aquí, en la ciudad? Para que digan que las casualidades no existen. Mira, hacemos una cosa, mándame el libro donde está la historia. No tranqui, no ocurre nada es algo que quiero comprobar, ya te contaré. Gracias.
\`´/
Sonia deambulaba por el casco antiguo de la ciudad. Había dejado atrás las calles anchas de los barrios más nuevos, construidos alrededor de las desordenadas y casi laberínticas callejuelas del centro. Avanzaba entre los edificios de tres o cuatro plantas, con fachadas oscurecidas por la humedad. Entre ellos, de vez en cuando, alguno destacaba en la estrecha calle por su altura, dándole la sensación de que se le caería encima al mirar la cúspide.
Algo le decía que no era en esos más altos en los que tenía que mirar puerta a puerta, timbre a timbre.
Se detuvo ante uno de cuatro plantas, de esos con pequeños balcones, que más parecían ventanales con barandilla y de los que bajaban chorreras negras en la fachada, provocadas por la lluvia. Comprobó sus notas donde llevaba los datos sobre la mujer que buscaba y aquel debía ser el sitio. El anticuado interfono solamente marcaba el piso junto al correspondiente pulsador amarillento.
Apretó un par de veces, sin estar seguro si sonaba o no. Esperó un poco, sin atreverse a insistir. Una voz ininteligible le contestó, entre pitidos y crujidos.
-¿Hola? ¿Hola? Busco a Agustina Méndez.
Entre una variedad de ruidos, Sonia distinguió un:
-Dé... jelo... portería -sonó un persistente chasquido y se abrió la puerta.
El desconchado mostrador destacaba en la oscuridad. Sonia buscó el interruptor de la luz y al accionarlo, otro chasquido dio paso a un persistente sonido de reloj. Una tímida luz iluminaba rellano tras rellano, dejando el resto de la escalera a la intuición del que subía.
Plantada ante la puerta de la vivienda que creía que buscaba, el temor le hacía dudar si tocar el timbre o no. El sonido de una vieja mirilla al otro lado de la puerta le hizo decidirse, pero nadie abrió. Volvió a pulsar el timbre.
Se escucharon algunos cerrojos y la puerta se abrió lo que una cadena permitió. Al otro lado, una mujer de mediana edad la miraba desconfiada.
-¿Quién es? ¿Qué quieres? -preguntó, protegiéndose con la puerta.
La chica dudó y dijo lo primero que le pasó por la cabeza.
-Hola, me llamo Sonia Abad y soy..., soy del Ayuntamiento -mintió-. Busco a Agustina Méndez.
-Yo soy Agustina Méndez. ¿Qué quieres?
En ese momento, a Sonia, un intenso dolor de barriga le hizo retorcerse y caer al suelo. Agustina cerró la puerta con fuerza, dejando a la chica en el suelo, quejándose y manchándose de sangre. Las palabras que le dijo la chica de negro en el Centro de Salud resonaban en su cabeza:
-Averigua como lo hizo Agustina Méndez.
Al poco se abrió la puerta, salió la mujer e introdujo a Sonia en su casa entre maldiciones.
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Sonia despertó al abrir la puerta en la que salía luz, y a la que acercó caminando mareada por el irreal pasillo, de aquel sueño.
\`´/
Agustina entró al poco con una infusión. La chica se levantó de la cama y fue en busca de sus pantalones.
-Parece que ya te encuentras mejor. Tómate esto, te hará bien -dijo la mujer.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Sonia.
-Un desvanecimiento.
Cuando la chica encontró sus pantalones se quedó estupefacta al contemplar que estaban manchados de sangre. Aturdida, se volvió sentar en la cama.
-Esto no es un desvanecimiento, esto es una hemorragia -se alarmó Sonia.
-No es para tanto. La sangre es muy llamativa y no ha sido más que unas gotas. En tu estado, a veces ocurre.
-¿Estado? ¿Qué estado? ¡Oh! No es lo que usted se cree.
Pero Agustina no le dejó continuar y le ayudó a tomarse la infusión.
-No hagas esfuerzos si no quieres volver a sangrar. Tómate las hierbas.
-¿Es usted médico?
-Algo parecido. Hace mucho tiempo me dedicaba a remediar los pequeños males de mis vecinos.
-Eso suena a curandera.
-Hoy día la gente ya no cree en el poder de los remedios ancestrales -se lamentó la mujer.
-¡Ah! Pues yo sí que creo. Cuando era pequeña, tenía muchos dolores de barriga -explicó Sonia-. Entonces mi madre me llevaba a casa de una señora que me daba unas hierbas, que sabían horrible, pero me aliviaban el dolor.
Sonia se quedó pensativa unos momentos, mirando su propia barriga.
-Y ahora cuando todo parecía ir bien -se lamentó-, voy y... y me pasa esto.
Agustina miró complaciente a la chica y le sonrió.
-Vamos, vamos. Eso es una bendición
-¿Bendición? ¿Pero qué dice? No sabe usted lo mal que lo estoy pasando.
Agustina cambió su amable expresión. Con gesto serio e incluso preocupado miró fijamente a Sonia y le dijo:
-Sí que tienes mala suerte, sí.
\`´/
Sonia caminaba por la acera cuando el potente ruido de una moto le hizo girarse y comprobar como la chica de la ropa de cuero había parado junto a ella.
-Hola -saludó la muchacha-.
La chica de la moto no le contestó y se quedó mirando, con sus grandes ojos cargados de rímel, fijamente el monigote de ramitas y cuerdas que Sonia llevaba colgando del cuello.
-Veo que has encontrado a Agustina Méndez -le dijo por fin-.
-Sí. Es una mujer muy extraña. Da un poco de miedo, por lo rara, pero me regaló un amuleto.
La otra chica alargó su mano fina, haciendo destacar sus largas uñas negras, para verlo de cerca. Sonia lo agarró con fuerza, protegiéndolo.
-¡Es mío! -dijo bruscamente-.
-¿Recuerdas cuando me preguntaste si alguien había evitado a la muerte? -explicó, retirando la mano para apartarse el pelo que le caía sobre el rostro-. Ella es muy hábil en el arte del engaño.
Sonia se quedó pensativa, absorta contemplando los penetrantes ojos oscuros de la otra chica. Unos ojos que podían asustar, pero que también podían revelar lo más oculto de cada ser.
-Espera, espera. Agustina me contó una leyenda de hace muchos años atrás, cuando me ayudaba a ir hacia el salón de su casa.
\`´/
-En una época en que el arte de la curación se basaba en hierbas y ungüentos -decía Agustina mientras servía unas infusiones-. Un año de sequía, el pueblo acusó a la curandera de haber envenenado el pozo. Fue sometida a tormento y tras confesar su culpabilidad, fue expulsada del pueblo.
-Lo raro es que no la quemaran -replicó Sonia absorta en el humo de la infusión-.
\`´/
-Ahora ya era una bruja -dijo la otra chica, apoyada en el manillar de su moto y con la mirada perdida en la lejanía.
-Estando en su casa -continuó Sonia- me volvieron los dolores de barriga. Agustina se acercó a una cómoda. Murmuraba que tenía algo que me podía ayudar. Sacó esto, y cuando le pregunté que era, me dijo que era un amuleto protector.
Sonia aferró el colgante con más fuerza, antes de continuar.
-Me asusté un poco y en vez de ponérmelo fui a guardarlo en el bolso. Ella me sujetó las manos y me dijo:
-Como buen amuleto, solamente te hará efecto si realmente crees en él.
-Aquello sonaba a brujería, y así se lo dije. Me sujetó por los hombros y se puso muy seria. Me dijo que yo no sabía lo que es brujería. Entonces sí me asusté. La obligué a soltarme y me marché.
\`´/
Sonia era de la opinión que cada uno tiene su lugar y hasta su momento para leer. El de ella era aquella cafetería que parecía más vieja de lo que era. Diseñada con múltiples rincones donde perderse en la lectura sin molestias externas.
Pidió su habitual copa de vino, pero las molestias le hicieron cambiar a una infusión. Sacó un libro bastante viejo, lo abrió por una señal y comenzó a leer: “Fue expulsada del pueblo y se recluyó en el pantano donde las ratas, serpientes y mosquitos fueron su única compañía. Pero llegó una gran epidemia y la gente moría por doquier. El pueblo fue al pantano en procesión suplicando su ayuda.”
-Pero ella se negó -dijo una voz conocida.
Sonia levantó la mirada y vio, plantada frente a ella a la chica de la moto, sujetando dos cervezas. La invitó con resignación a sentarse. La otra chica inclinó la cabeza a modo de saludo, dejó una botella delante de Sonia y la otra ante ella. Apartó su larga chaqueta para no pisársela y se sentó cómodamente.
-Les dijo que nadie podía engañar a La Muerte -puntualizó la muchacha mientras le mostró la mitad de un grabado en el que se veía gente portando bastones con un monigote colgando, representando los muertos por la epidemia.
-Mentía. Ella había encontrado la manera -dijo la chica de negro, dejando bruscamente la cerveza en la mesa.
Con un rápido ademán cogió el amuleto del cuello de Sonia y lo miró con curiosidad. Sonia protestó y la otra respondió arrancándoselo de un tirón.
-¡Devuélvemelo! Es mío.
La otra chica se negó y comenzó a recitar de memoria:
-Desesperados, los campesinos le dijeron que pagarían lo que fuera. Ella les dijo que sus servicios les iba a costar muy caro.
Sonia se fijó en el amuleto que se balanceaba en la fina mano. Le pareció que del monigote salían pequeñas volutas de humo, que se confundían con las uñas negras, y así entendió que era parte del ritual de Agustina.
-Ya sé cual era el terrible pago -dijo Sonia para sí misma.
La chica de negro sonrió satisfecha y le devolvió el amuleto, que se volvió a colocar.
\`´/
Sonia volvió a recorrer el casco viejo de la ciudad, pero esta vez con paso decidido hacia un antiguo edificio que ya conocía. Parada ante la puerta, buscó con la mirada a la chica de negro, pero no la vio. Había desaparecido y ni siquiera escuchaba el rugido de su moto.
A pesar de la decepción, inspiró con fuerza para darse valor, y subió a casa de Agustina.
La mujer se hizo de rogar y Sonia tuvo que insistir hasta que le abrió.
-Vaya, eres tú otra vez -dijo con falsa sorpresa.
-Sí, soy yo y sé que usted es más de lo que parece.
Agustina entró en la casa, dejando la puerta abierta para que entrase la muchacha.
-Vaya ¿y qué crees que sabes? -dijo la mujer dirigiéndose al salón.
-La historia que me contó no es una leyenda. La curandera se transformó en una bruja, y esa bruja es usted.
Sonia sujetó el amuleto y le dijo que era el mismo que colgaba en su cabaña del pantano.
-Eso no explica nada -dijo Agustina sentándose despacio frente a una mesa-camilla-. Además ocurrió hace muchos años y como puedes comprobar no soy tan vieja.
-No lo aparenta porque ha conseguido engañar a La Muerte.
Agustina invitó a Sonia a sentarse, quien accedió y sacó el libro. Le mostró el grabado completo donde mostraba gente con bastones de los que colgaba un monigote, que representan los muertos por la epidemia, frente a una chica embarazada atada a un pentagrama en el suelo y a la bruja con un feto en una mano y un gran cuchillo en la otra.
-Si soy quién crees ¿por qué has venido otra vez aquí?
-Por... curiosidad -dijo Sonia con evidentes dudas-. Quería comprobar si realmente estoy en lo cierto.
-¡Mientes! -gritó Agustina en un estallido de locura-. No eres tan valiente ¿Quién te habló de mí? ¿Cómo te has enterado?
-La chica de la moto. La del centro de salud -dijo Sonia asustada ante la ceñuda mirada de la mujer-. Alta, delgada, pelo muy negro, ropa de cuero negro...
-Ojos penetrantes, hablar calmado -interrumpió la mujer- y aparece y desaparece misteriosamente.
Sonia asintió con la cabeza. Agustina se levantó golpeando furiosa la mesa y se acercó amenazadoramente a la chica.
-Maldita sea, eres una estúpida. Te ha utilizado como un títere para que hicieras lo que ella es incapaz.
Sujetó a Sonia por el amuleto y, pese a los esfuerzos de esta por deshacerse, una fuerza invisible le impedía moverse.
-Pero los años me han vuelto sabia y astuta -continuó Agustina a gritos-. No me encontrará y tú misma serás quién lo evite. El sacrificio de lo que llevas en tu vientre me permitirá ocultarme de ella... otra vez.
Apretó el amuleto y Sonia sintió cómo se asfixiaba. Soltó el aire en un grito antes de caer inconsciente.
\`´/
Al igual que el sueño anterior, Sonia avanzaba despacio por el pasillo. Caminando mareada y se fue acercando a una puerta entreabierta por la que salía una luz parpadeante, al compás de unos gritos... sus propios gritos. Abrió la puerta del dormitorio y, estupefacta, se vio a sí misma tumbada en una cama antigua, retorcida de dolor, mientras Agustina plantada ante ella canturreaba una letanía mientras esparcía unas hojas por su hinchada barriga que sangraba por unos cortes. Sonia en la puerta se quejaba, al tiempo que lo hacía Sonia en la cama.
-¡Empuja, zorra! -gritaba Agustina.
Sonia se esforzaba en cumplir las órdenes que le daba la bruja, hasta que notó como salía...
-¿Pero esto qué es? ¡Maldita seas! -dijo Agustina sorprendida.
Sonia, plantada en la puerta, veía como la sangre discurría entre sus piernas. Cuando levantó la cabeza vio a la bruja con un conejo despellejado en la mano. El animal giró la cabeza y miró a la mujer con los ojos saltones. Una mirada que asustó a Agustina, más incluso que la imposible sonrisa del animal.
\`´/
En una carretera solitaria, La Muerte se apoyaba en su moto. Su penetrante mirada se transformó en unos sangrantes ojos saltones que miraban a la lejanía.
-Ahora ya te tengo -sonrió satisfecha.
Arrancó la moto y salió a toda velocidad con el característico chirrido de las ruedas al patinar sobre el asfalto dejando una espesa humareda negra de neumático quemado.
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Sonia estaba ya consciente, aunque aturdida. Agustina la obligaba a caminar por el sendero que discurría por el pantano, llegando incluso a arrastrarla de los pelos. Llegaron a un claro donde las ratas campaban a sus anchas y las nubes de mosquitos danzaban entre los árboles. Ató las manos de la chica a un árbol y, tras descargar su mochila, se puso a dibujar un pentagrama, colocando cantos rodados, uno a continuación de otro; mientras hablaba con Sonia.
-Ella me odia porque aprendí a curar a la gente -decía Agustina-, evitando así que se los llevara. Volvió a la gente contra mí y consiguió que me desterraran a este infecto pantano. Juré que me escondería tan bien que ni ella me encontraría.
-¿Por qué yo? ¿Por qué tengo que ser yo la víctima de tu macabro ritual? -decía Sonia asustada.
-Te ha utilizado para llegar hasta mí, y eso es algo que no puedo consentir.
-Déjame ir y me alejaré de ti, tanto que no volverás a verme ni a saber nada de mí.
-Mira, eso es justo lo que me vas a ayudar a hacer. Es un ritual complejo en el que el sacrificio del feto crea un manto de oscuridad que ni la propia muerte es capaz de atravesar.
Sonia intentó razonar con la bruja.
-No es lo que crees, vieja loca. Te has equivocado. No estoy embarazada. Tengo un tumor que confunde los síntomas con los del embarazo.
Agustina miró a Sonia con desconfianza, dudando si era verdad o no lo que le decía. A pesar de las dudas, prefirió creer a su propio instinto.
-No te creo. Ahora el niño que llevas en tu vientre me permitirá renovar el manto de oscuridad.
Agustina se fue a por la mascarilla, de donde sacó un cuchillo de grandes dimensiones. A su regreso le llamó la atención algo que se movía entre los árboles. Sabía que no era una alimaña, pues esta la respetaban como una más. Su desconfianza le llevó a la conclusión que solamente podía ser “Ella”.
-Mierda, no sé cómo, pero me ha encontrado -pensó en voz alta-. Rápido, rápido, se me acaba el tiempo.
-Entonces el sueño era cierto. Me estabas preparando para este macabro ritual -dijo Sonia cuando Agustina regresó.
La bruja arrancó la blusa de Sonia, dejando al descubierto las marcas de su barriga. Mientras recitaba un incomprensible cántico, asestó una cuchillada a la chica. A pesar de estar atada, consiguió agitarse, y bien por eso, o por las prisas, Agustina falló el golpe y lo único que consiguió fue herirla en el costado.
Sonia miró a la bruja, pero realmente observaba a La Muerte que se acercaba, con paso tranquilo. A pesar del dolor, la chica sonrió al verse salvada por la propia muerte.
-Te has pasado de lista -dijo Sonia-. Ella ha venido a por ti, y te ha encontrado.
Agustina intentó una segunda puñalada, pero no pudo al tener sujeta la mano por La Muerte.
-Me has evitado durante mucho tiempo, pero ahora ese tiempo se te ha acabado. Esta chica dice la verdad. Lo que lleva en su vientre es La Muerte, pero no para ella, si no para ti.
La bruja fue perdiendo fuerzas, hasta caer rendida en el suelo. La Muerte la introdujo, sin ningún miramiento, en una gran bolsa negra.
Sonia volvía a marearse mientras miraba el charco de sangre.
-¿A mi también me llevarás? -preguntó.
La Muerte se giró hacia Sonia, haciendo ondear coquetamente su melena negra, y señaló las heridas con el dedo.
-Sí, pero este no es el momento. Has terminado tu trabajo, te devuelvo tu vida.
En ese momento se encogió dolorida, sujetándose la barriga. Se incorporó cuando se le pasó y tuvo tiempo de ver a La Muerte alejándose con el conejo despellejado en la mano.
\`´/
El ronco ronroneo de la moto se fue alejando hasta convertirse en un murmullo. A lo lejos, en la carretera, se pudo ver los ocasionales brillos de los apliques cromados que la bolsa negra situada detrás no conseguía ocultar.
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Sonia, maltrecha, despeinada y con la ropa hecha jirones, pasaba la mano por los muñecos colgados en las ramas, haciendo que se balanceasen, espantando las nubes de mosquitos. En la otra mano llevaba el libro y el cuchillo de la bruja.
-Te aseguro que cuando vuelvas no me encontrarás. Ahora sé como evitarte -hablaba con la locura instalada en su semblante.


Fin.
Autor: Gregorio Sánchez Ceresola. 01-04-2020

* Este relato es la adaptación narrativa de un guion que escribí en 2013 para un cortometraje que, de momento, no se ha llegado a rodar. Si alguién está interesado y tiene los medios para rodarlo, puede ponerse en contacto conmigo en mi correo electrónico.
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