viernes, 4 de noviembre de 2011

El tiro por la culata

Sonó el timbre de la puerta con insistencia. Juanito se despertó con la cabeza pesada y una bruma de somnolencia que le impedía ver con claridad. Pese a que escuchaba el timbre en la lejanía, se incorporó en la silla sin pensar de donde venía la llamada. Años de sueño ligero, de estar siempre alerta a cualquier aviso y de reaccionar con presteza, le hicieron comprobar el lugar donde se encontraba. Un salón decorado con estilo oriental. Muebles bajos y amplios espacios, daban cabida a un televisor, un ordenador y un montón de revistas apiladas en la parte baja de la estantería. Desde luego ya no era el de antes cuando con una ligera alerta podía estar preparado en cuestión de segundos. Ahora la inactividad junto la destructiva combinación de alcohol y pastillas, lo sumergían en un letargo del que no salía con facilidad. Volvió a oír el timbre en la lejanía y reconoció su casa, su salón, su pasillo y su puerta, a la que alguien estaba llamando.
Se levantó de la silla para ir a abrir, pero sus piernas no respondieron, yéndose de bruces al suelo cuan largo era. Todavía no se había acostumbrado a la parálisis y con dificultad volvió a encaramarse a la silla de ruedas. Con un par de empujones rodó hasta la puerta y abrió. Sin mirar siquiera, se giró y volvió al salón.
-Pase Matilda ¿se ha vuelto a olvidar la llave? -dijo Juanito cuando oyó la puerta cerrarse a lo lejos-. Es usted tan despistada como Jaime, que si no se hubiera equivocado de camino estaría aquí conmigo.
-¿Qué busca...? -dijo mientras oía lo que parecían cajones al ser revueltos.
Para su sorpresa, en vez de encontrar a la asistenta ordenando la casa, encontró a dos tipos que buscaban con ansia por todos lados.
-¿Quién coño sois y qué hacéis en mi casa?
-Calla ¿Dónde tienes la pasta? -le llegaron los gritos amortiguados de uno que parecía más nervioso.
-¿Buscáis dinero? -preguntó en voz alta.
Era una pregunta retórica pues estaban claras las intenciones de los ladrones. El otro ladrón lo miró con una sonrisa estúpida de boca mellada, y con un gesto de la mano le indicó que buscaban dinero.
-Pues en la mesita, pareja de gilipollas -contestó Juanito de malos modos.
-Serás un tullido sordo, pero tienes la boca muy grande -le dijo el nervioso mientras se dirigía hacía él con malas intenciones.
-Déjalo coño; no ves que no puede hacer nada -dijo el otro ladrón entre silbidos por la falta de dientes.
El ladrón, cada vez más nervioso, se acercó y gritó a Juanito a dos palmos de su cara, pero la sordera solamente le permitía escuchar un galimatías de sonidos distorsionados. Su compañero intentó apartarlo a tirones, pero la ausencia de miedo de Juanito todavía lo cabreó más.
-No, mierda. Éste está muy tranquilo -dijo desembarazándose de su compañero- tiene algo más guardado en algún sitio.
-Cuando estás en un desierto de piedras, lejos de cualquier pueblo civilizado aprendes a convivir con los problemas, aunque Jaime pronto se alteraba.
-Coge la pasta y vámonos. Todavía aparecerá la asistenta o el Jaime ése y la joderemos.
-La asistenta está controlada y todavía tardará pero ¿ése Jaime es tu compañero de piso? ¿Eres marica o algo así? -interrogó el nervioso a Juanito, entre burlas.

El desdentado se fijó que Juanito miraba una foto donde posaba junto a otro hombre delante de un todo-terreno en un paisaje árido.
-¡Eh este debe ser el Jaime ése! -llamó a su compañero, que tras mirar la foto sacó sus propias conclusiones.
-Anda, ¿qué sois de una "oenegé sin fronteras"?
-¿Oenegé? -respondió con una mueca de sarcasmo-. Sí claro, trabajabamos en zonas de conflicto, nada peligroso, meros intermediarios. Yo quería dejarlo pero Jaime quiso hacer un último trabajo, siempre hay un último trabajo que la caga.

Juanito miró directamente al ladrón nervioso y le vino una de esas ideas que te surgen en los momentos de tensión.
-¿Es vuestro último trabajo? -y sin esperar respuesta, él mismo se contestó- pues la habéis cagado.
Un golpe le giró la cara.
-¡Qué me digas dónde lo guardas!
Juanito lo miró serio mientras se limpiaba un hilillo de sangre del labio.
-Vale, vale, tío duro -respondió sin abandonar el sarcasmo- En la caja fuerte.
-Tío, este está "zumbao". No me gusta ¡vámonos! -dijo el desdentado.
-No está loco. Este va de listo, pero más le vale que esté el dinero en la caja porque si no lo va a pasar mal.
-No llegamos a cobrar el dinero. Aquel desierto era muy peligroso. En cualquier momento podían aparecer interesados en lo ajeno y aparecieron en una ranchera destartalada. Propuse darles la mercancía y olvidarnos del asunto. Era una sustancia experimental demasiado peligrosa en manos inexpertas y aquellos no sabían muy bien que se iban a llevar. Pero Jaime quería sacarle más y el jefe local podía pagar mejor que aquellos mierdecillas. Esa fue su perdición igual que ahí está la vuestra -dijo señalando la caja fuerte-. Vosotros también sois unos mierdecillas que no pueden controlar algo demasiado grande para ellos.

El ladrón sacó de la caja fuerte una pistola desmontada y un puñado de balas.
-¿Con esto querías defenderte? No nací ayer. Yo también se usar una pistola.
Colocó las piezas en la mesa, con habilidad la montó y cargó las balas.
-Jaime se creía más listo. Sabía que no la tenía que cargar, apuntar a los de la ranchera y sobre todo no disparar –dijo Juanito, que continuó aconsejando al ladrón-. Tú no lo sabes y por eso te digo que la dejes donde estaba o...
-¿O si no qué? –interrumpió el ladrón que balanceaba la pistola-. Si no te has fijado la “pipa” la tengo yo y sé usarla.
-Pero ¿qué haces? ¿Se te ha ido la olla? –dijo el otro ladrón, que con el miedo silbaba más de lo normal.
-Voy a demostrarle al tullido este porque me tiene que tener miedo.
Juanito sonrió y se acomodó en la silla. Dudó si el que lo apuntaba sería capaz de disparar o solamente pretendía amenazarlo. Recordó que su amigo no pretendía disparar. Su idea era asustar a los de la ranchera, pero no contó con que aquella gente está acostumbrada a que los amenacen, a que los apunten e incluso a que les disparen y aun así vivir para contarlo.
-La diferencia entre tú y Jaime es que él sabía que cuando apuntas a alguien es porque pretendes disparar y si no es así, o guardas el arma o estás muerto. En tu caso es peor. O dejas el arma y huyes como las ratas o...
-¡Qué te calles! –gritó el ladrón mientras apretaba el gatillo.
Un breve pero intenso estampido resonó en las cabezas de los presentes, dando paso a un agudo pitido que les perforaba el cerebro como una aguja. La deflagración había reventado el arma provocando la explosión del resto de balas cargadas con el explosivo experimental. Con los restos del arma todavía entre sus manos, el ladrón cayó de espaldas golpeando el suelo con lo que le quedaba de cabeza reventada. El otro ladrón no había recibido daño directo pero gritaba por el susto y el dolor de oídos. Cuanto más gritaba más le perforaba el pitido, aumentando el dolor, hasta caer al suelo sujetándose la cabeza.

El desdentado se incorporó al cabo de un rato. Un hilillo de sangre resbalaba desde sus orejas hasta caer por la barbilla. El agudo pitido había dado paso a un zumbido que se negaba a mitigarse. Miró a su compañero yacido en el suelo entre restos de cráneo bañado en sangre. Desvió la mirada hasta la silla de ruedas donde Juanito le decía algo que el zumbido le impedía oír. Prestó atención para, ahora sí, escuchar en la lejanía:
-Yo también perdí a un compañero que eligió entre ambición y prudencia. Eligió la perdición para él y para mí –reflexionaba Juanito mientras palmeaba la silla.

Autor: Gregorio Sánchez. Octubre 2011.

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Creado a partir de la obra en http://relatosgregorio.blogspot.com.es/2011/11/el-tiro-por-la-culata.html.

1 comentario:

angalu dijo...

Original relato. Felicidades y gracias por ese ratito de intriga.