domingo, 7 de diciembre de 2008

La realidad a su medida

I
Hay gente que cuando suena el despertador, se levanta de un salto, abren la ventana y sonríen al mundo, mientras los primeros rayos de sol les despejan del todo. Vanesa Ventero era todo lo contrario. Tenía el sueño profundo y un despertar lento y pesado. El despertador tenía que emitir un sonido lo suficientemente desagradable para poder arrancarla de los brazos de Morfeo. Cuando éste sonaba ella lanzaba un manotazo instintivo que lo lanzaba al suelo, finalizando el molesto sonido. Una vez despierta se quedaba tumbada en la cama, incapaz de abrir los ojos, con lo que volvía a dormirse. El despertador volvía a sonar y esta vez sí tenía que levantarse para desconectarlo, cosa que hacía a desgana y maldiciendo los tropezones con los zapatos que había dejado de cualquier manera la noche anterior. Cuando encendía la luz para buscar el maldito reloj, sus ojos le escocían y se veía obligada a protegerlos con las manos, mientras protestaba quejumbrosamente.
Aquella mañana no fue diferente del resto. Se despertó e inició lo que parecía un ritual matutino, el sueño, el despertador, los tropezones, las quejas, etc. Tenía el cuerpo empapado en sudor, lo que hacía aumentar sus quejas y además una horrible sensación que algo no iba bien. Habían cosas, objetos que no estaban, o sí estaban pero en lugares no habituales: el perchero, el butacón, la lamparita de noche, el libro encima de la mesita, el tocador... el joyero.
–Mierda. Han entrado a robarme –dijo para si misma.
Imaginarse que alguien había entrado en su casa la inquietaba, pero pensar que lo habían hecho mientras dormía, la aterraba.
Ya con el pleno dominio de sus sentidos, se quedó mirando el cuadro que tenía colgado en la pared. Era una ampliación de una fotografía que ella misma había hecho al “David de Miguel Ángel”. David, con la cabeza girada, tenía que buscar con la mirada a Goliat, pero para su sorpresa y terror éste la miraba directamente a ella observando atentamente sus movimientos. El miedo tomó las riendas de sus actos, incapacitándola para pensar con claridad. Ocultarse de la mirada del “David”, salir de la habitación, huir. Salió de la habitación tan rápido como pudo y corrió, corrió hasta dejar atrás al propio miedo y una vez que estuvo más tranquila se paró a analizar lo absurdo de la situación.

II
Miró a su alrededor y lo primero que notó fue la bruma estática, flotando inerte, impidiéndole distinguir más allá de una decena de metros. Los edificios que formaban su barrio tenían una imposible perspectiva, como sacados de un cuadro vanguardista que exageraba las proporciones. Cuando miraba hacia arriba éstos parecían que en cualquier momento le caerían encima y la niebla que se oscurecía a medida que la vista ascendía contribuía a dar esa sensación. Por la calle, normalmente muy concurrida, no circulaban coches y la gente vagaba sin rumbo, con la mirada perdida.
–Tengo claro que no estoy dormida –se dijo para si misma, todavía algo confundida. –El hecho de estar analizando la situación lo descarta. Una sabe perfectamente cuando no esta soñando. Puede que cuando lo esté, no lo sepa, pero al revés si soy consciente. Tampoco estoy borracha ni drogada, porque puedo pensar claramente.
Estando sumergida en sus pensamientos, una voz la sobresaltó.
–Hola Vanesa. ¿Estás bien?
Miró al chico que la había saludado, con el temor de ver otro hecho inexplicable.
Algo más bajo que ella, barrigón, con pronunciadas entradas y el resto del pelo largo recogido en una cola. No era su tipo. Lo conocía porque vivía en el edificio de enfrente y habían coincidido en algún que otro lugar, pero poco más sabía de él.
–¿Donde estoy? ¿Que le pasa a la gente?
–Estás aturdida. Como cuando bajaste de la montaña rusa. Estabas tan mareada que tuve que sentarte en un banco.
Vanesa lo miraba incrédula pues no sabía de qué le hablaba.
–Aquel día lo pasamos bien, pero lo pasamos mejor cuando...
El muchacho seguía hablando de lugares y ocasiones. Ella intentaba recordar, pero por más que se esforzaba no encontraba nada parecido en sus recuerdos. Con o sin él, ella estaba segura de no haber estado en esos lugares.
–Espera, espera. Solamente te conozco de vista y me hablas como si tuviéramos una gran amistad. Te puedo asegurar que yo no he estado en esos sitios que me dices.
El semblante de su supuesto amigo cambió, reflejando una creciente confusión. Su boca calló con una forzada expresión seria, su mirada se desvió al suelo y se fue alejando poco a poco de ella. Ese era el vecino que ella recordaba: tímido y retraído, siempre despistado y mirándola por encima de las gafas.
El mundo a su alrededor cambió volviendo a una realidad fácilmente reconocible a sus ojos. La oscura niebla se arremolinaba en torno al chico despareciendo éste poco a poco de su vista.
–Un momento, un momento. No te vayas –le pidió Vanesa desesperada, viendo que aquel muchacho era lo único lógico en aquella locura.
–Tienes razón. Nunca hemos estado juntos, pero lo hubiéramos pasado de fábula.
–Tú sabes lo que está pasando. Sé que lo sabes.
Vanesa no pudo seguir hablando al llenársele los ojos de lágrimas. Haciendo un notable esfuerzo para vencer la timidez y dirigirse a ella, el chico le hizo algunas revelaciones.
– Si lo sé. Pero créeme, es mejor que no lo sepas. Además si te lo cuento, lo más probable es que no me creyeras, porque de hacerlo... –se quedó unos momentos en silencio, pero la inquisitiva mirada de ella le hizo concluir la frase. –Porque de hacerlo... enloquecerías. Y no permitiré que te ocurra nada malo. Ahora tengo que regresar. Intenta relajarte.
La niebla lo envolvió completamente y cuando ésta se disipó, el muchacho había desaparecido. La realidad se volvió a distorsionar burlándose de las leyes de la física.

II
–José Miguel, no te lo digo más veces, o vienes a comer o te traigo de la oreja. Te pasas la vida pensando en las musarañas. Siempre estás en babia. Yo no sé para que quieres leer tanto si luego eres un vago que ni trabajas ni nada.
–Voy, ya voy –le gritó el chico a su madre.
José Miguel salió de su cuarto dando un portazo y avanzó por el pasillo murmurando amenazas hacia su madre. Mientras se sentaba en la mesa se produjo el acostumbrado intercambio de gritos y acusaciones, hasta que el chico se ponía a comer haciendo caso omiso de la interminable cháchara de su madre. De vez en cuando asentía con la cabeza acompañando con un gruñido de aprobación. Gesto suficiente para evitar el acostumbrado empujón de su madre para cerciorarse que le prestaba atención, cosa que le irritaba profundamente. No le importaba los chismes que le podía contar su madre. Él prefería evadirse de la realidad y adentrarse en su mundo. Un mundo donde la fantasía campaba a sus anchas otorgándole total libertad.
Uno de los comentarios de su madre le llamó la atención.
–Dicen que la vecina de enfrente, esa a la que le dio el patatús, ha reaccionado. Incluso creían que se iba a despertar. ¿Sabes quién te digo? Esa...
–Vanesa, mamá, se llama Vanesa –comentó el chico con la mirada perdida, hablando más para si mismo que para su madre.
Extrañas ideas y dudas cruzaron su mente.
–No podía ser. No podía reaccionar. Los lazos estaban rotos –pensaba mientras negaba repetidamente con la cabeza.
–¿No? Pues aunque no quieras, cómete la fruta, que es muy buena –oyó a su madre decir con su chillona voz. –Estás enfermo y ha dicho el médico que la fruta es muy buena para los desvanecimientos esos que te dan.
–El médico no tiene ni idea de lo que me pasa. Tú te empeñaste en llevarme para que te dijeran por que me caigo desvanecido de vez en cuando, y no encontraron la causa.
No le hizo más caso a su madre. Cogió la fruta y se dirigió a su cuarto, sumido en sus pensamientos, mientras su madre continuaba reprochándole su actitud.

III
Vanesa vagó por aquel onírico mundo. Lloraba, gritaba y seguía llorando. Deambulaba de aquí para allá sin rumbo. Le aterraba aquella espesa niebla que ondulaba y se movía como si tuviera vida propia. Una débil luz conseguía filtrarse entre los jirones creando una opresiva sensación a su alrededor. No podía apartar de su mente las palabras del chico. Cada pensamiento era invadido por aquellos inquietantes consejos.
–¿Qué es lo que no debo saber? –se preguntaba cada vez que esto le ocurría.
Estuvo otro rato en silencio y le vino a la mente una frase de esas grandilocuentes.
–Temo más a la ignorancia que la locura a la que me puede conducir el conocimiento – dijo Vanesa en voz alta.
Cuando concluyó, se sintió reconfortada e incluso más animada. Con el dorso de la mano secó sus lágrimas y situándose en el centro de la calle miró hacía arriba. Volvió a sentir el mareo producido por las extrañas perspectivas de los edificios pero mantuvo la mirada dirigida a lo alto. Tomó aire y gritó con todas sus fuerzas:
–No sé si me estás escuchando, pero has de saber que temo más a la ignorancia que la locura a la que puede conducir el conocimiento. Así que ven y explícame que está ocurriendo.
Para su sorpresa, el mundo volvió a sufrir cambios. La niebla giraba a su alrededor aumentando la velocidad, como si fuera un ciclón. Algunos edificios se resquebrajaron amenazando con caerse. Tenía miedo, miedo a aquella locura y eso hacía que gritase aun más.
–Aparece, maldito seas. No te escondas tras cortinas de humo. Ven y muéstrame la verdad. Esa que, según tú, puede arrancar la cordura de mi alma.
La niebla, sin parar de girar, se elevó formando un torbellino que lanzaba rayos en todas direcciones. Con gran estruendo, uno cayó a pocos metros de ella, produciendo una explosión que la lanzó hacia atrás envuelta en cascotes. Golpeó violentamente el suelo, quedando tendida cuan larga era. A pesar de estar dolorida se esforzó por ponerse en pie para eliminar el aturdimiento.
–No estoy loca. No lo estoy –se repetía a si misma entre lágrimas. –Puede que esto sea una pesadilla. Una peligrosa alucinación.
Tomó aire y lo expulsó lentamente. Repitió la operación unas cuantas veces para tranquilizarse. Cuando se hubo calmado, intentó razonar.
–Pero, ¿por qué hablo con frases tan grandilocuentes? Nadie habla así, excepto en la películas.
Al instante le vino una idea a la cabeza, como un rayo de luz entre la oscuridad.
–Es verdad. Esto parece una de esas películas raras de misterio. Es una tontería, pero explica muchas cosas: la niebla, los edificios, los rayos, la gente y sobre todo mi forma de hablar. Es como si este loco mundo, me hiciese hablar así.
Vanesa había cogido las riendas de la situación y se dispuso a dirigirla. Lo primero que tenía que hacer era averiguar más cosas de su misterioso vecino. Lo mejor era ir a casa del chico a ver que averiguaba.

IV
José Miguel Cascales es lo que ponía en el timbre. Por fin recordó que, efectivamente y tal como ponía en el timbre, el chico se llamaba José Miguel. Esperó a que una de esas personas carente de emociones saliera por la puerta para colarse en el interior.
Al fondo del oscuro portal, de paredes desconchadas, se adivinaba un recodo. Un desagradable olor a humedad le hizo arrugar la nariz. Avanzó pausadamente hacia el recodo, con los sentidos todo lo alerta que le dejaba el hedor a humedad. Al girar, oculta por la oscuridad, encontró una estrecha escalera, con algunos escalones partidos, y en general maltrecha. Subió hasta la vivienda de José Miguel pensando como entraría en la casa. El mugroso felpudo de la puerta le dio la solución, pues al levantarlo encontró una llave que la propia suciedad mantenía pegada al suelo; la llave de la puerta.
–Es idiota –pensó mientras entraba en la casa.
Con la excepción del desorden reinante, en la casa no había nada a destacar... hasta que llegó al dormitorio del muchacho.
Un letrero triangular con el símbolo de alerta química y las palabras “Área restringida. Prohibido el paso”, colgaba de la puerta. En lugar de pomo había un teclado numérico.
Vanesa intentó adivinar cual sería la combinación que permitía el acceso, pero por mucho que pensaba no se le ocurría ninguno, y tecleó cuatro números al azar. La puerta no se abrió y de inmediato una estridente bocina empezó a sonar rítmicamente. Vanesa se asustó y el corazón se le aceleró aumentando la ansiedad. La casa se iluminó con una luz roja que parpadeaba al ritmo de la bocina.
–Está loco. Este ha visto demasiadas películas... películas... –e inmediatamente y sin pensárselo mucho dio una patada a la puerta con todas sus fuerzas la cual se abrió de par en par.
Lo primero que vio fue un póster con una foto de ella misma a tamaño real, colocado justo en frente de la cama. La intermitente luz de origen desconocido le dificultaba la visión, así que entró para verlo de más cerca. No recordaba haberse hecho esa foto, pero no estaba del todo mal. Vestía un moderno pantalón vaquero y una camiseta ajustada que le dejaba el ombligo al aire, pero era la expresión de su cara lo que más le gustaba, una expresión de tranquila felicidad que hace que una dulce sonrisa juegue con la cámara, o con el cámara. Pero no era la única, por toda la habitación habían fotos de ella en distintas poses y lugares, de varios tamaños, fotos de medio cuerpo y de cuerpo entero. Hasta en el techo había un gran espejo con una foto de ella acostada impresa en él. Todas tenían la misma expresión de felicidad. Le recordaba a las chicas que habitan en un harén, sin más preocupaciones que pasar el rato ociosamente. Ese era el harén de José Miguel compuesto por muchas “vanesas”. Como le ocurrió con el “David de Miguel Ángel” que ella tenía en su cuarto, sus retratos la seguían con la mirada, acosándola y cambiando la expresión a una mueca burlona. Se sentía mareada debido a la rojiza luz y al sonido de la bocina que le taladraba la cabeza. Tenía la sensación que sus propias fotos la miraban con celos, pues sabían que no eran más que meras copias de ella. Se sentía presionada y agobiada hasta que, en un momento dado, todas las miradas se apartaron de ella para dirigirse a la cama. Los rostros de las “vanesas” borraron la mueca burlona y expresaron inquietud y nerviosismo. Ella también y vio que una neblina blancuzca se estaba formando sobre la cama desparramándose por los bordes. El colchón se hundió como si un ser invisible se estuviera acostando en ella. En el hueco se fue espesando la niebla, adoptando una forma que ella reconoció como la de José Miguel. Una de las fotos le llamó la atención, pues la “vanesa” que estaba retratada en ella le indicaba con la cabeza que se marchara. Miró las otras fotos y en sus bocas se adivinaban advertencias.
–Vete, –gritaban silenciosamente –márchate, corre.
La figura del chico estaba cada vez más definida y Vanesa dudaba, si hacer caso a las fotos o quedarse y enfrentarse al muchacho. El miedo, o la prudencia, pudieron más y huyó de allí a toda prisa, bajando las escaleras, saltando de rellano en rellano, atravesando a la carrera el oscuro portal y alejándose calle abajo.

V
José Miguel siempre había tenido una imaginación desbordante. Su carácter reservado y tímido le llevaba a evadirse a su propio mundo imaginario. Lejos de confundir la realidad con la ficción, él consiguió mantenerlas lo suficientemente separadas como para que se volvieran dos mundos independientes. El mundo real y el mundo que su mente había creado, donde él ponía las leyes. Con el tiempo adquirió un poder de concentración tal, que le permitía a su mente cambiar de uno a otro a voluntad, dejando su cuerpo en estado de inconsciencia cuando se adentraba en el suyo propio.
En el edificio de enfrente se había instalado una chica. Vivía sola y José Miguel solía observarla desde su ventana. Las hormonas activaron los resortes convenientes produciendo una fuerte atracción hacia ella. A pesar de tener el control de su propio mundo, José Miguel no podía recrearla más allá de algunas imágenes en movimiento, pero éstas no eran más que meras fotos, lejos de la auténtica.
En su mundo él era el héroe que salvaba a la desvalida doncella en apuros. Pero la doncella nunca era Vanesa. Algo le impedía, a pesar de, o quizás por la fuerte atracción que él sentía hacia ella, recrearla tal y como él quería.
Hasta que lo consiguió. Lo consiguió más allá de sus expectativas. La vio llegar enferma, débil y tambaleándose. La siguió con la mirada hasta que ella se acostó. Inmediatamente José Miguel se internó en su mundo y con un acto de suprema concentración la arrancó del mundo real, transportándola al suyo propio. Ella cayó en un coma del que no se despertó. Por fin era suya, suya para siempre.
Al darse cuenta del enorme poder, su mente y su mundo se corrompieron envileciéndose. Pasó de ser el héroe a ser el todopoderoso tirano.

VI
José Miguel apareció envuelto en volutas de humo. Estaba dispuesto a arreglar aquello que se le estaba escapando de las manos. Vanesa había conseguido autocontrol. Desde ese momento su cuerpo había reaccionado y eso significaba que podía despertar y perderla.
Cuando terminó el proceso de aparición, se levantó de la cama de un salto, quedando plantado frente al póster de Vanesa. La imagen mostraba una actitud de exagerado disimulo. Se giró para observar las otras fotografías, descubriendo que estas todavía disimulaban peor.
La intermitente luz roja le indicaba que ella había estado ahí, y eso le enfureció. Nadie invadía su intimidad, y menos en su propio mundo.
–¿Donde está? –preguntó duramente a las fotografías.
Las imágenes móviles de Vanesa negaban como temblorosas niñas asustadas. Cogió un retrato lo lanzó contra el espejo del techo rompiéndolo. En la foto impresa en el espejo aparecieron profundos cortes que sangraban abundantemente. Volvió a preguntar a voz en grito. Las vanesas continuaban negando enérgicamente y las que tenían hombros los encogían indicando su desconocimiento. Se encaró con el póster y ante la reiterada negativa de éste, lo rompió en varios trozos, salpicando sangre por doquier. Se marchó por la puerta dejando al resto de fotos dominadas por la histeria.

VII
José Miguel anduvo largo rato recorriendo diversos lugares y en todos le asaltaba la misma sensación. Una sensación de casi, de llegar tarde por los pelos. Sus sentidos le engañaban. Creía ver una sombra con el rabillo del ojo, y cuando se giraba, lo único que había era volutas inertes, como denso humo negro flotando ingrávido. El suave sonido de la ropa al caminar que oía un poco más allá, era producido por restos de revistas que se caían de papeleras repletas. El dulce olor a perfume que se diluía cuando José Miguel inspiraba con fuerza en un vano intento de capturarlo. Algunas veces incluso sentía el roce de algo en su cabeza que le erizaba el pelo.
La inquietud por no encontrar a Vanesa se había superpuesto a la furia, sumiéndolo en un estado de ansiedad.
–Te encontraré. Este es mi mundo y en él tengo poder absoluto. Yo pongo las reglas, no puedes esconderte.
Una ráfaga de viento se dirigió hacia él, rodeándolo y haciendo ondear su gabardina. Una suave voz acompañaba al viento; la voz de Vanesa.
–Efectivamente, tú pones las reglas. Reglas que, una vez entendidas, dan algo de sentido a este caótico mundo tuyo. Reglas que yo he aprendido a usar y a las que tú también estás sujeto.
–¿Así que quieres jugar? Juguemos pues, pero te advierto que tengo mucha práctica. La lógica de este lugar se rige por mi forma de pensar y eso tú no lo puedes entender.
–No seas ingenuo. Esto no es ningún juego, porque yo no juego con mi vida. No entiendo tus neuras, pero sé lo suficiente como para acabar con esta locura.
La voz, esta vez, procedía de su espalda. Se giró velozmente, y allí estaba ella, plantada, ahora frente a él, con actitud desafiante. El muchacho intentó replicarle pero la visión directa de ella le dejo sin habla.
Vanesa vestía unos ajustados vaqueros que, no solamente insinuaban, sino que marcaban sus curvas. La camiseta, ajustada también, ayudaba a resaltar la provocativa figura. El pelo trenzado caía prieto sobre sus hombros, aunque en su frente ondeaba el desordenado flequillo al son del caprichoso viento.
José Miguel estaba muy nervioso, bien por la sugerente visión de Vanesa, bien porqué no estaban saliendo las cosas como a él le gustaban o una mezcla de ambas cosas. Intentó vocalizar algo, pero lo único que salió de sus labios fue una repetitiva sucesión de sonidos incoherentes. Volvió a irritarse y los jirones de niebla danzaron a su alrededor a gran velocidad formando un torbellino a su alrededor. La fuerza del viento era tal que las piedrecillas del suelo salían despedidas hacia el exterior, impactando en las paredes cercanas.
–Tranquilízate. Así no vas a conseguir nada. ¿Por qué estás cabreado? ¿Es porque entré en tu habitación? No creo. A ti te gustaría tenerme en persona en tu cuarto. Y allí estuve, pero como tú no estabas, me marché.
Vanesa hizo una breve pausa y continuó.
–¡Ah! Es eso. Cuando llegaste, ya me había ido, por eso te has cabreado. Pues chico, haber llegado antes.
–No, no es por eso –consiguió gritar José Miguel. –Es por…, es por…,–volvió a tartamudear –y su irritación aumentó a un estado furioso.
Las persistentes nubes relampaguearon intercambiando ruidosos rayos entre ellas. Se oscurecieron y cada rayo les daba una tonalidad distinta, creando una caleidoscópica combinación. La frecuencia de truenos y relámpagos fue en aumento llegando éstos a salir despedidos fuera de las propias nubes y estrellándose en las cercanías. Vanesa miró despreocupadamente al turbulento cielo y, mostrando seguridad, continuó hablando.
–Bonito despliegue de pirotecnia. Si eso descarga tu furia, adelante, desahoga, pero a mí me es indiferente.
El pensamiento de Vanesa marchaba a toda velocidad. Tenía que mantener la concentración, no podía exteriorizar el miedo que sentía. Aquellos rayos, realmente, si le daban miedo, pero hacía un esfuerzo por que no se notase. Si el chico detectaba su miedo, las cosas se pondrían muy mal. Tenía la esperanza que, al igual que las piedrecillas, los rayos no cayeran donde estaba ella. Sobre todo tenía que seguir hablando. La exageración y la grandilocuencia eran una de las normas de este mundo y, hablando en términos cinematográficos, ella era la protagonista femenina.
–Eso es. Suelta todo lo que llevas dentro. Libera tu furia. Esperaré a que estés más tranquilo –y, antes que le flaqueasen las piernas, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.
Aquello desconcertaba al chico que no comprendía como ella no estaba asustada. Los rayos caían cada vez más cerca, abriendo cráteres en el suelo y levantando multitud de piedras que eran atrapadas por el torbellino y arrojadas con gran velocidad. Los edificios absurdamente inclinados, cayeron al suelo como si, de repente, la fuerza de la gravedad se hubiera acordado de ellos.
–¡Basta! No quiero hacerte daño –gritó José Miguel con lágrimas en los ojos. Acto seguido cayó de rodillas en el suelo, llorando, gritando y golpeando el suelo con el puño.
–¿Basta? Yo no estoy haciendo nada. Simplemente estoy esperando a que quieras hablar conmigo –y optó por callarse para que no se le notase el temblor que le producía su acelerado corazón. Aprovechó la pausa para suspirar disimuladamente pues ya se veía destrozada por la locura de aquel chico.
Esperó a que José Miguel acabase de llorar y lamentarse.

VIII
José Miguel se recuperó del sofoco. Levantó la vista y miró a la chica. Ella le mantuvo la mirada, asintiendo ligeramente con la cabeza. Estuvieron largo rato mirándose mutuamente, sentados en el suelo. La tormenta se había disipado y las nubes habían vuelto a ascender a las alturas y allí se quedaron girando suavemente. Vanesa estuvo esperando que José Miguel le dijera algo, lo que fuese, para entablar una conversación, pero él seguía mirándola atrapado en su timidez. Incomoda por el escrutinio al que estaba siendo sometida decidió tomar ella la iniciativa.
–¿Te parece que vayamos a un lugar más cómodo? ¿Un café quizás?
–Conozco una cafetería que está bastante bien –dijo José Miguel y acto seguido se levantó del suelo.
Ella lo imitó y le cedió el paso para que él guiase.

IX
La cafetería estaba decorada con ambiente “retro”. Con sofás colocados junto a la pared, y una pequeña mesita a los pies. Lo justo para dejar las bebidas. Colocados por doquier habían objetos antiguos de diferentes épocas, dándole al lugar un aspecto recargado.
Acomodados en uno de los sofás y con los respectivos cafés en la mesita, Vanesa inició la conversación halagando al chico.
–Lo de antes ha sido espectacular. Has conseguido un dominio total de los elementos.
–No. Perdí el control. No dominaba nada, de hecho era la furia la que me dominaba a mí.
–No tenías porqué enfurecerte. Es lógico que mientras tú eres el único que hace y deshace todo va bien, pero cuando hay otra persona las cosas ya no son igual. Este mundo está hecho a tu gusto, es como a ti te gustaría que fueran las cosas. Pero mis gustos son diferentes y eso no lo puedes cambiar.
–Tú no tenías que controlar nada, solamente “estar”.
–Eso no lo entiendo. Por favor explícate –dijo Vanesa mientras se recostaba en el sofá dispuesta a escucharlo.
José Miguel, perdida ya parte de la timidez, sonrió al verla en tan sugerente posición, y se acomodó él a su vez. Le contó cómo había aprendido a evadirse a su particular mundo imaginario, cómo disfrutaba imaginándose sus propias historias en él. Hasta que se fijó en ella. La veía venir por la noche normalmente sola y a veces acompañada de alguna amiga. De vez en cuando con algún chico que despertaba sus celos. En ese punto se desvió del tema principal, y le comentó cómo, cuando estaba celoso, su mundo se corrompía más y aparecían extraños personajes malvados. Retomó el hilo y le contó cómo, el día que llegó ella enferma, transfirió la mente de ella a su mundo de fantasía.
–¿Pero cómo es eso posible? –intervino Vanesa.
–El poder de mi mente. No fue fácil. Tuve que hacer un gran esfuerzo y tu debilidad me ayudó a conseguirlo.
Vanesa se quedó muda, pensativa, mirando a la nada. Al ver que no le prestaba atención, José Miguel se quedó en silencio observándola. Así estuvieron largo rato hasta que ella le miró directamente a los ojos y tras incorporarse en el sofá le dijo severamente:
–Devuélveme a mi cuerpo.
La dura actitud de Vanesa sorprendió al chico que no se lo esperaba.
–N–no –respondió dubitativo.
La penetrante mirada de ella le incomodaba e incluso llegaba a asustarle.
–Te tengo donde quería y no voy a dejarte marchar. Aquí nadie interferirá, nadie nos molestará.
–No pienso repetírtelo –dijo la chica con un tono seco y frío.
–¿Qué…
Vanesa se levantó y se marchó decidida de la cafetería, dejando a José Miguel con la palabra en la boca.

X
José Miguel seguía llevando su doble vida; en el mundo real y en su fantástico mundo. Cada vez que volvía a sumergirse en su propio mundo iba en busca de Vanesa, y, por cierto, cada vez le costaba más encontrarla. Ella estuvo mucho tiempo buscando la manera de evitar al muchacho. Cuando conseguía dar con ella se la encontraba sentada con las piernas cruzadas en postura de meditación, con los ojos cerrados y la respiración lenta y acompasada.
Llegó el día que no la encontró. Por mucho que buscó por todo su mundo no la encontró. Usó todo su inmenso poder para localizarla y ni aun así. Se puso nervioso, y una mezcla de frío y calor le recorrió de arriba a abajo. ¿Dónde estaba? No podía ser que hubiera regresado al mundo real. Solamente él tenía ese poder. Pero eso no le tranquilizaba. Tenía que comprobarlo. Regresó al mundo real para averiguar si ella se había despertado del coma.
XI
Vanesa estuvo mucho tiempo dedicándose única y exclusivamente a meditar y concentrarse en volver a su cuerpo. Las técnicas de relajación aprendidas en las clases de yoga le ayudaron a conseguirlo. Conforme iba mejorando, a José Miguel le costaba más encontrarla, hasta que lo consiguió. Abandonó el surrealista mundo y despertó en su cuerpo, en la habitación del hospital donde estaba ingresada.
Debido al largo periodo de inactividad, su cuerpo le respondía con lentitud, pero no podía perder el tiempo, tenía que levantarse y acabar con el causante de todo aquello. Estuvo intentándolo durante mucho rato hasta que llegó el equipo médico y le retiró todos los cables y tubos que tenía conectados. Un rápido examen reveló que el estado de salud era bueno, como hasta ahora, pero con la diferencia que ahora estaba consciente. El equipo de fisioterapia trabajó de inmediato masajeando sus músculos y articulaciones y, como si su cuerpo estuviera conectando las funciones corporales una a una, éste fue respondiendo a sus órdenes y antes de lo que esperaban ya era capaz de caminar, hablar y moverse con total libertad. Cuando, pasado un tiempo, pudo moverse, consideró que ya había descansado suficiente y tenía una tarea urgente. Con dificultad se puso su ropa y con más dificultad aún salió con disimulo del hospital rumbo a la casa de su secuestrador.

XII
Cada vez que regresaba al mundo real, José Miguel, despertaba de su inconsciencia en su cama, que era el lugar donde dejaba su cuerpo para internarse en su imaginaria realidad. Este despertar fue distinto y no por estar empapado en sudor y algo mareado debido al esfuerzo de la búsqueda. Llevaba días sin encontrarla, pero no podría esconderse mucho más tiempo. Abrió los ojos y vio horrorizado el enloquecido rostro de Vanesa que, plantada junto a su cama, empuñaba un enorme cuchillo de cocina. Sin darle tiempo a reaccionar le clavó el cuchillo en el hombro, retirándolo rápidamente. El muchacho lanzó un grito de dolor y miedo y, sujetándose el hombro herido, intentó evadirse tirándose al suelo en un lado de la cama. Ella rodeó la cama y ante los intentos de él por levantarse, le propinó una tremenda patada en el estomago que lo dejó sin aliento.
–No querías dejarme marchar. Querías que fuese tu juguete para siempre, pero ya lo ves, he conseguido volver y ahora me voy a asegurar que no le hagas lo mismo a nadie más. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad y a ti te falta la mitad del binomio.
El dolor no le dejaba responder, pero la interrogante mirada llegó hasta Vanesa.
–Deberías preocuparte por tu vida, en vez de preguntarte cómo he salido –y, sin dejar de amenazarlo con el cuchillo, le contó como lo había conseguido. –Todo es una cuestión mental. Es cuestión de concentrarse y permanecer ajeno a todo. Hace falta mucho tiempo para conseguirlo, pero no sé por qué, yo lo he conseguido relativamente pronto. Las ganas de escapar, supongo.
Al verla más tranquila, José Miguel hizo intención de levantarse del suelo, pero el dolor se lo impidió, quedándose sentado en el suelo.
Vanesa lo miró y sin mediar más palabras le clavó el cuchillo en la cara, matándolo prácticamente en el acto.

XIII
Sabía que se pasaría mucho tiempo en aquella celda, pero eso no le importaba, ahora ya no. Las revisiones médicas dedujeron que los desvanecimientos periódicos eran secuelas del coma en el que había estado sumida. Algunos especialistas sospecharon de la posibilidad de contagio, pues las internas más conflictivas empezaron a sufrir los mismos síntomas, y tras despertar… no volvían a molestarla.

Gregorio Sánchez. Noviembre 2005.
(Publicado en 2010 en el libro "Relatos de Gregorio Sánchez" de Gregorio Sánchez. I.S.B.N.: 978-84-614-0192-5 - Depósito Legal: A-409-2010)

El relato en pdf: La realidad a su medida

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