La calle
iluminada por los numerosos reclamos de las tiendas le dan una
sensación de irrealidad al transeúnte que únicamente quiere
pasear. Se ve conducido de un escaparate a otro donde la combinación
de colores, imágenes, música de moda, e incluso olores, manipulan
sutil, o no tan sutilmente, su percepción de los gustos y
apetencias. Telefonía, calzado, ropa y artículos deportivos,
complementos proteínicos, heladerías, pizzerías, hamburgueserías,
ropa juvenil y ropa de alta costura se rifan, como si de una subasta
se tratase, a los potenciales clientes que transitan por aquella
calle recientemente peatonalizada. Han conseguido convertir una
ruidosa y maloliente calle en una zona de paseo donde los olores y el
ruido tienen una clara orientación. Un auténtico centro comercial
en el corazón de la ciudad.
Pero no
solamente las grandes firmas incitan a dejarse su dinero, lo tengan o
no, en productos que seguramente no necesiten; otros también quieren
esa parte del pastel sin invertir en el marketing adecuado, pero
añadiendo un notable riesgo para su salud social e incluso física.
A Luis le duelen
las rodillas de estar arrodillado frente a un cartel de cartón donde
se lee “no tengo ni para cenar”, escrito con rotulador azul
verdoso turquesa. Con el brazo extendido y la mano formando un
cuenco, va deseando un feliz fin de semana a todos aquellos que pasan
cargados con bolsas de compra donde destaca la marca que ha
satisfecho sus necesidades reales o inducidas. Con el rostro triste
mira suplicante a los que lo ignoran, excepto a aquellos que le dejan
caer alguna moneda, a los que les dirige una sincera sonrisa y un
agradecido deseo de felicidad.
Dos chicas de
moda se detienen a su lado, ingorándolo completamente, como si fuera
parte de la decoración comercial que contrasta con el escaparate de
ropa de alta costura. Los maniquíes de corte clásico representan a
la nueva mujer que se ve empoderada con las telas diseñadas por los
más afamados diseñadores. A su espalda los displays muestran a
modelos influencers posando en incómodas posturas que realzan su
figura mientras muestran lo bien que les sienta el vestido de noche.
-Jenny, mira,
tía, ese vestido es el que me voy a poner para la fiesta.
-¿Qué dices,
Merche? Tú no tienes pasta para pagar eso.
-Feliz fin de
semana, señoritas.
-Me conseguiré
un novio rico.
-Ya vas a tener
que perder el culo, porque no queda nada para la fiesta.
-Eso haré:
perder el culo.
-Feliz fin de
semana, señoritas -dice Luis, mecánicamente mientras mira más allá
de las chicas.
El Gorrión,
camuflado entre la gente, observa a Jenny y Merche en busca del
momento apropiado. El entusiamo de las chicas las hace descuidadas y
el ladrón lo sabe. Se acerca disimuladamente y, con la habilidad de
un prestidigitador al servicio del mal, extrae la cartera de dentro
del bolso. Luis observa la actuación debatiéndose si avisar a las
chicas o mantener esa invisibilidad que ellas le profesan. El Gorrión
le señala amenazadoramente y, con el dedo en la boca, le indica que
guarde silencio mientras se aleja rápidamente. Luis baja la voz
hasta convertirse en un murmullo.
-Feliz fin de
semana... Eso... Feliz.
Mantiene la
mirada fija en El Gorrión mientras se pierde entre la gente. Luis
continua con sus felicitaciones convertidas en una monótona
cantinela, pero ahora con la mirada perdida en sus pensamientos, sus
dudas, sus miserias.
Una figura
vestida con abrigo caro y sombrero está plantada como una roca en el
arroyo de gente que pasa a su alrededor. Mira fijamente a Luis y,
cuando este se da cuenta y le devuelve la mirada, la muchedumbre que
va de un lado para otro, oculta a su misterioso observador.
La percepción
del tiempo es tan relativa como dicten nuestros sentimientos. Un
tiempo que se relentiza hasta casi pararse cuando el tráfico de
gente disminuye. Siguen ignorando a Luis, que persiste en sus deseos
de felicidad y el cansancio le hace bajar la cabeza y el énfasis de
sus felicitaciones.
Ante el riesgo
de entrar en un sopor del que le gustaría no despertar hasta el fin
de todo, se obliga a levantar la cabeza en una muestra de la dignidad
que debe quedarle por algún lado.
El señor del
abrigo ha aparecido, así de la nada, frente a él. El susto es tal
que da un saltito con las rodillas, escuchándose un crujido al
volver al suelo. Un grito, mezcla de sorpresa y de dolor, hace que
algunos transeúntes se giren curiosos, aunque no lo suficiente para
que frenen sus ansias consumistas.
-Sí que es
triste pedir, pero no te avergüences por ello.
-Feliz fin de
semana, señor ¿Me da unas monedas para comprarme un bocadillo?
-Las noches son
frías y nadie debería cenar solo en una fecha tan señalada -le
dice el señor mientras se agacha para hablarle confidencialmente-.
Estoy organizando una fiesta para esta noche. ¿Quieres venir?
-Oh, no. No
quiero molestar. Yo con unas monedas para comprarme un bocadillo ya
me apaño.
-Voy a hacer
algo mejor, te voy a invitar a cenar.
Luis siente el
imperioso impulso de desconfiar y le responde con una extraña mezcla
de ira y tristeza:
-Sí, claro. Me
va a invitar a cenar en un restaurante y luego a una fiesta. Menos
cachondeo, oiga.
Igual que
apareció, el señor del abrigo caro o sombrero, desaparece
sumergiéndose en el arroyo de gente que pasa a su alrededor. La
situación le parece tan extraña y surrealista, que baja la cabeza
para volver a su realidad, donde los compradores siguen yendo y
viniendo, ignorándolo y llegando a tropezar con él.
-Feliz fin de
semana señora, y cuidado no se vaya a caer -es lo único que se le
ocurre decir-. Son días extraños y las calles se llenan de gente
muy rara.
Cuando la calle
se queda vacía, Luis, cansado, agacha la cabeza y cambia sus deseos
por una cantinela de maldiciones, lamentos y quejas. Unos zapatos
brillantes, presumiblemente caros, le hacen volver a levantar la
cabeza para volver a ver al señor del abrigo. Con una bandeja que
tiene un bocadillo, unas patatas y un refresco, el señor lo mira
desde lo alto, pero la sorpresa y desconfianza de Luis le impiden
reaccionar. El señor le deja la bandeja delante, para luego sacar
varias tarjetas de plástico del abrigo y darle una a Luis.
-Te dije que te
invitaba a cenar. Que aproveche. Esta es la llave y la dirección.
Pásate a partir de las doce -le dice mientras se guarda
descuidadamente el resto de tarjetas en el bolsillo.
La gente ha
vuelto a la calle comercial y también El Gorrión, que quiere
redondear la noche. Cuando el señor del abrigo gira para marcharse,
el ladrón tropieza deliberadamente con él, robándole una tarjeta.
Pero no todo es como parece y, mientras El Gorrión se disculpa y le
cede el paso, el señor muestra una sonrisa de satisfacción
mientras, disimuladamente, cuenta y se guarda las tarjetas.
Las calles
aledañas se han poblado de pubs donde Montse puede buscar clientes
sin tener que exponerse a sucios rincones. Pero cuando desde un
portal próximo alguien la llama, tras unos momentos de duda y mirar
a ambos lados, acude.
-¡Eh! Rubia.
Aquí, aquí. Ven un momento -le dice un señor vestido con abrigo
caro y sombrero.
-Hola, guapo
¿Quieres pegar un polvo de forma discreta? Yo soy muy discreta.
-Quiero
invitarte a una fiesta.
Montse señala
con la cabeza la puerta de un pub donde está un tío grandote y
malencarado.
-A mi novio
lituano no le gustan las fiestas.
-Hacemos una
cosa. Tú le das estos veinte euros para que se emborrache, te vienes
a la fiesta y te ganas cien euros.
-No sé. El taxi
es caro -remolonea Montse.
Con los veinte
euros en la mano, el hombre espera a que ella le confirme para
dárselos.
-Si vienes, yo
pago el taxi.
-Vale tío, cien
euros y el taxi.
Con los veinte
euros y la tarjeta en la mano, Montse pasa por delante del grandote,
que está discutiendo acaloradamente con Jenny y Merche, sin ningún
tipo de acento extranjero.
-Si no tenéis
dinero para pagaros las copas, iros a emborracharos a otro sitio.
-¿Nos estás
llamando borrachas? ¡Capullo!
-Os estoy
llamando jetas, que tenéis mucha jeta; y que coño, que también
sois unas borrachas. Que nos conocemos.
-Sí tenemos
pasta, pero nos la han robado. ¡Capullo malnacido!
-Ya, claro, os
la han robado. Iros por ahí a tomar por culo.
-A tomar por
culo te vas tú con tu madre.
Un señor se
quita el sombrero, mientras interviene en la discusión.
-Eh, eh.
Tengamos la fiesta en paz, que el fin de semana solo acaba de
empezar.
-¿Quién eres
tú? ¿Su padre?
-No, pero si
deben algo, lo pago yo.
-Nos dijo que
nos invitaba -dice Merche señalando al portero.
-A la primera,
tía jeta -replica el grandote.
El hombre se
vuelve a colocar el sombrero, mientras coge suavemente a las chicas
del brazo y las aleja del lugar.
-Venga, ya está.
-Joder, ¡qué
mal rollo!
-Podemos hacer
una cosa: ¿queréis venir a mi fiesta?
-No sé. Yo
estoy de bajón total.
-Venga, veniros.
Habrá gente sana y divertida.
-Sí tía, por
lo menos arreglamos el día de mierda este.
Batiste les da
una tarjeta y se aleja satisfecho.
\`´/
Ante la
inminencia del fin de semana, el polígono industrial incrementa su
actividad a un ritmo frenético en un afán por dejar todas las
tareas pendientes terminadas. Sirenas y timbres suenan por doquier en
una sinfonía que da el pistoletazo de salida a cientos de coches, en
un sprint por ganarle segundos de ocio al fin de semana, y acaban
amontonados en la rotonda de acceso. Los últimos en salir ni
siquiera miran atrás para no ver la solitaria desolación en que se
queda el polígono. Naves industriales grises y compactas, escoltadas
por flotas de camiones aparcados en perfecto orden, como si de un
Tetris gigantesco se tratara, reflejan la necesidad de anteponer lo
práctico a lo estético. Ello permite destacar a las tecnológicas
obligadas a dar una imagen de modernidad vanguardista.
Un inquietante
silencio obliga al que se interne por sus calles a caminar con
discreción, como si ocultase oscuras intenciones. El silbido que
precede a los motores automáticos de conserveras rompe la quietud,
poniendo los pelos de punta a Luis, que alterna la búsqueda de la
pequeña nave de oficinas con la comprobación de la dirección de la
tarjeta. No es el único, El Gorrión se le ha adelantado y también
anda buscando el lugar indicado. Luis se detiene y observa como el
ladrón mira a un lado y a otro para comprobar si lo ve alguien, lo
que le obliga a ocultarse por temor a que sepa que comparten destino.
La puerta se abre con un chasquido al acercar la tarjeta al lector y
El Gorrión entra rápidamente.
Luis se dirige
vacilante a la entrada; duda y se aleja. Camina unos cuantos pasos y
se para a mirar la puerta, indeciso. Más dudas, más pasos... Hasta
que se decide a entrar.
-Te voy a coger
in fraganti, cabrón.
Suena un
chasquido y la puerta principal se abre.
Luis entra con
cautela, intentando no hacer ruido, y cierra tras de sí con cuidado.
El recibidor, tenuemente iluminado, no le dejaría ver más allá del
mueble recibidor, pero al fondo se aprecia una luz que sale de una
puerta entreabierta. Luis camina despacio por el pasillo pero se se
detiene de inmediato al escuchar una discusión al fondo. La voz del
señor del abrigo está reprendiendo a alguien, que Luis supone que
es el El Gorrión. Una extraña mezcla de alivio y fastidio lo
confunde, pues parece que lo han pillado antes que él.
-Hola, chaval.
Vaya sorpresa te has llevado. Creías que esto iba a estar vacío y
podrías robar a tu antojo.
-Yo sólo venía
a devolverle la tarjeta.
-Ya, y de paso
entraste a curiosear. Venga, que sois todos iguales. Cucarachas que
aprovecháis cualquier ocasión para coger lo que no es vuestro.
¿Sabes como se llama eso? Hurto o, hablando en plata, ¡robar!.
Luis se acerca
un poco más al despacho del fondo para escuchar mejor la
convesación, pero cuando está cerca, por sorpresa, alguien sale
corriendo y tropieza con él, cayendo ambos al suelo, enredados y
aturdidos.
Luis se recupera
antes, sujeta al ladrón por el brazo y lo mete a empujones al
despacho.
-Señor, lo
tengo, ahora ya no irá a ningún lado.
Batiste, también
sorprendido por la irrupción de Luis, baja el tono agresivo e
intenta razonar con el ladrón.
-Mira, chaval.
Ya que has venido, ¿por qué no te quedas a la fiesta? Veo que sois
amigos y me encantan las reuniones de amigos.
El Gorrión saca
una navaja y amenaza señalando con la punta al mendigo.
-Apártate de la
puerta o te corto el cuello.
Batiste saca una
pistola de un cajón y la deja encima de la mesa, despacio y sin
dejar de mirar al ladrón.
-Estas no
son fechas para pasarlas entre rejas. Nadie debería estar encerrado,
lejos de los suyos, en unas fechas tan bonitas. No has hecho nada,
todavía... Pero, donde vas a estar mejor que aquí.
El Gorrión baja
despacio la navaja y se la guarda. Su desconfianza le impide
acercarse a ninguno de los otros dos, pero no hace ademán de huir.
Luis se aleja, sobre todo se aleja de la navaja. Ni siquiera pensó
en que podía sacar una navaja y ahora, solamente con pensarlo, se
asusta.
Batiste se
levanta y les pide que lo acompañen. Cuando están saliendo y va a
apagar la luz, Luis, atento a todo lo que le rodea, observa cómo el
hombre mira la pistola que se la ha dejado encima de la mesa. La
mirada triste y sombría de Batiste le hace volar la imaginación
sobre la historia que gira sobre esa pistola. Algo en esa mirada le
provoca inquietud. Un gesto de dolor se desliza entre la oscuridad en
la que queda el despacho.
\`´/
Batiste estaba
sentado en su despacho, de espaldas a la puerta. Le gustaba
entretenerse limpiando la pistola que acababa de comprar. Con
movimientos mecánicos, estuvo practicando el montaje para hacerlo
cada vez más rápido. Mientras comprobaba que todo funcionaba como
debería, entró un chico, todavía un niño, en el despacho y se
lanzó sobre su padre para abrazarlo. El hombre se quejó en broma y,
dejó la pistola encima de la mesa para compartir el momento de
felicidad con su hijo Ricky.
Por encima del
hombro de su padre, la mirada del chico se quedó fija, maravillada,
con la pistola. Alargó la mano para alcanzarla y jugar con ella. La
primera reacción de Batiste fue apartarlo pero como todos los
chicos, insistió.
-¿Puedo
cogerla, papá? Ya soy mayor.
Batiste se lo
pensó unos momentos. Asumiendo que, estándo él pendiente, no podía
ocurrir nada, imaginó a su hijo posando chulo, como en las películas
y le sonrió.
-Sí hijo, ya te
estás haciendo un hombre.
Recogió unos
documentos que estaban esparcidos por la mesa, para poder prestarle
toda la atención a su hijo.
-Vamos a hacer
una cosa. Voy a dejar estos papeles y luego te enseño cómo se hace.
Salió del
despacho y, desde la puerta, se giró y vió a Ricky jugando con la
pistola.
-Espérate hasta
que papá vuelva. No tardo -le dijo con una sonrisa complaciente.
Al darse la
vuelta para salir, un disparo retumbó por el despacho. Más allá
del dolor de oídos del estruendo, un punzante dolor le atravesó el
pecho, como si él mismo hubiera recibido el disparo.
Se giró
gritando para ver impotente a su hijo Ricky caer al suelo con la
cabeza ensangrentada.
\`´/
Batiste rechaza
todo pensamiento de dejarse la pistola en la mesa. Regresa y se la
guarda bajo el cinturón. Ahora sí apaga la luz y cierra la puerta.
Un taxi para
frente a la entrada de la nave de oficinas. Luis aparta una cortina y
se asoma curioso.
La ventanilla
baja y una chica mira a la puerta mientras le pregunta al taxista.
- ¿Seguro que
es aquí? Esto está desierto.
- Esta es la
dirección que me habéis dado. Está desierto porque es fin de
semana y la gente está de fiesta.
Jenny y Merche
se apean del coche y se acercan a la puerta del edificio de oficinas.
Comprueban que la tarjeta funciona. Se escucha el chasquido de
apertura.
Jenny le indica
al taxista que sí es ahí, pero este ya se está marchando,
provocando las protestas de las chicas.
- Será capullo.
Luis se aparta
de la ventana para asomarse al pasillo.
La entrada está
iluminada con la única luz que llega de uno de los cruces del
pasillo, sumada a la poca que se filtra por la puerta. Merche y Jenny
caminan despacio, temerosas por la oscuridad y el silencio roto por
el taconeo de sus pasos, que parecen multiplicarse con el eco.
-¿Seguro que es
aquí? -dice Jenny antes de seguir avanzando
-Si no fuera
aquí, no se habría abierto la puerta.
Alguien pasa por
el lado de Luis, tan rápido que no aprecia quién es. Cuando las
chicas llegan al cruce, se asustan al encontrarse por sorpresa con
Batiste que las recibe con una risita algo falsa.
-Hola chicas,
pasad. Pasad por propia voluntad.
-¿En qué
película he oído yo eso? -dice Merche en voz baja.
-Seguro que en
una de esas raras que ves tú. Esto no me da buen rollo.
-Joer, tía.
Relájate y vamos a disfrutar de la fiesta.
La sala de
reuniones se ha decorado para una fiesta con escasa iluminación que
pretende mitigar el poco sentido de la estética con que ha sido
adornada; quedando a medio camino entre una fiesta de cumpleaños
adolescente y un guateque hortera. La música de radio fórmula suena
más fuerte de lo que debería, llegando a una estridencia
distorsionada. Luis le pide una copa a una chica joven que se ha
presentado como Verónica. Su ropa, adornos y extraño maquillaje no
le hace parecer una camarera, más bien parece una hippy de las que
venden colgantes de cuero en los mercadillos. Pero poco le importa el
aspecto de la chica y aprovecha para beberse hasta el agua de los
floreros, obligándola a autorizarle para que él mismo se sirva lo
que quiera. La chica se aparta del mendigo para comprobar que el gran
bulto de la mesa está bien cubierto por una sábana y no se aprecia
que es un cuerpo humano.
Algo apartado,
El Gorrión pone cara de circunstancias cuando ve entrar a Merche y
Jenny, evitando un inoportuno cruce de miradas que lo pueda delatar.
Las chicas, sin embargo, están más ocupadas en criticar lo cutre
que les parece la fiesta, aprovechando la música alta que evita que
los demás las oigan. Por lo menos hay bebida y Jenny se acerca a
Verónica para que le sirva una copa.
Batiste, cerca
de la puerta, y con cara de satisfacción, enumera a los asistentes.
-Verónica,
ponles algo de beber.
-Me suena tu
cara ¿No estabas tú en medicina? -pregunta Jenny, fijándose en
Verónica.
-Sí, ya terminé
la carrera.
-¡Oh, que
suerte! Entonces, ¿ya eres médica?
-No, que va. No
entendieron mi estudio y no puedo ejercer -contesta Verónica con
cara de decepción.
Jenny no
entiende lo que quiere decir la otra chica, pero cree conveniente
mostrar su apoyo sumándose a una posible queja.
-Si es que son
unos cabrones. Hacen lo que les da la gana y dejan a la gente sin
trabajo.
-Bueno,
realmente gracias a ese estudio conseguí este trabajo -dice
Verónica, cruzando la mirada con Batiste, que vuelve a asentir
satisfecho.
El riesgo de
quedarse sola en la fiesta, o peor, que se le arrime el malencarado o
el mendigo, hace que Merche se una a la conversación con la excusa
de querer una copa.
-¿Y de qué iba
la tesis?
-Rituales
mágicos aplicados a la medicina. Pero no era una tesis, era un
estudio propio que hice de forma independiente.
-¡Hostias!¡Qué
chulo! A mí me encantan los amuletos y las cosas esas esotéricas.
Un chasquido en
la puerta indica que alguien más acaba de entrar. Luis hace una
indicación a Batiste, quién le responde que no se preocupe. Él
mismo irá al recibidor.
-¿Y él te ha
dado el trabajo? -dice Jenny señalando al hombre que se dirige a la
puerta.
-Sí. Él leyó
mi estudio y me ha dado la oportunidad de probarlo.
A Luis no le
interesa la conversación de las chicas y prefiere prestar atención
a la chica que está entrando del brazo de Batiste. Viene muy ligera
de ropa para la época del año que es. Las botas altas, la falda
corta y una camiseta que está más cerca de la ropa interior, hace
que Luis sonría con picardía. No se le escapa que El Gorrión
también sonríe cuando la ve guardarse unos billetes en el bolso.
-¿Está todo?
-Sí. Joder,
vaya orgía vamos a montar aquí.
-Sí, vamos a
montar una buena -dice Batiste con ironía.
La música
cambia a ritmos más repetitivos e hipnóticos, de forma progresiva,
y tan sutilmente que ni se dan cuenta mientras bailan y siguen
bebiendo. El volumen baja hasta quedarse en un murmullo que se les va
metiendo en la cabeza como un gusano musical.
-Y ahora vamos a
repartir los regalos -anuncia Batiste-. Sentaos, sentaos. Ahí, donde
os indica Verónica.
-Jenny, ¿tú
sabías algo de los regalos? Tía, qué palo, no hemos traído nada
-se preocupa Merche, mientras el resto de invitados ni se lo plantea.
Ya sentados en
lugares geométricamente simétricos, Luis curiosea debajo de la
sábana, descubriendo una mano que yace inerte sobre la mesa. El
susto inicial da paso a un ataque de pánico que le impulsa como un
resorte lejos de la mesa. Aunque su huida se queda en un intento,
pues conforme se levanta, vuelve a caer al suelo, arrastrando la
sábana. Su visión se va nublando mientras consigue ver al resto
cómo van cayendo inconscientes.
Los sueños, por
muy profundos que sean, pueden ser interrumpidos por sonidos muy
penetrantes. Ni siquiera una música hipnótica, unida a un escogido
cóctel de drogas, puede evitar que despierte entre brumas y, a pesar
de todo, no le duela la cabeza. Un dolor que ha sido sustituido por
el que sufre Luis al sentir que le atornillan las manos, después de
habérselas taladrado. Intenta levantarse, pero los tornillos, y
luego el dolor, le impiden moverse, aunque sí puede gritar
histérico.
Luis piensa en
sus manos y, por alguna extraña razón, recuerda la mano inerte de
debajo de la sábana. El resto de invitados van despertando entre una
jauría de gritos, lamentos y confusión.
-¡Callad todos,
joder! -grita Batiste.
-Ya está
desapareciendo el efecto de la droga.
Ahora, además
de la mano, hay todo un cuerpo joven tumbado en la mesa. Ricky tiene
un gotero conectado al brazo y unas cuerdas de colores incrustadas en
cada mano, pie y otro que le sale de la nuca.
Merche vuelve a
gritar histérica y Montse intenta levantarse, pero los tornillos se
lo impiden. Grita de dolor mientras sus manos sangran abundantemente.
Batiste saca la
pistola y amenaza con ella, aunque no esté apuntando a nadie.
-¿Os queréis
callar, miserables de mierda? -dice en un intento de tono
conciliador.
Verónica va
atando los extremos de las cuerdas a los tornillos de las víctimas.
Cuando es el turno de la cabeza, se da cuenta que Jenny no está
atornillada.
-Esta no está
sujeta. Tienen que estar todos para que el conjuro funcione.
-Tienes razón,
esta no vale. No quería venir.
Batiste se
acerca y, ante el estupor de todos, le dispara en la cabeza. El shock
los deja a todos en silencio, roto, quizás, por algún sollozo y
gemido.
-¿Pero, qué
haces? -increpa Verónica-. Ahora no se puede completar porque falta
una.
Verónica se
gira a tiempo de ver como Batiste le pega un culatazo, pero no el
suficiente como para apartarse.
-Ya lo sé,
chica sabionda. Yo también he leído tu tesis.
Antes de
desplomarse, Verónica consigue decir:
-No es una
tesis, gilipollas.
\`´/
Batiste estaba
sentado en su despacho repasando unas carpetas con documentos. Tras
un par de golpes suaves a la puerta entró un hombre trajeado y con
un maletín en la mano. Su gesto serio indicaba que tenía malas
noticias.
-Buenos días,
Batiste ¿Cómo estás?
-Hombre, mi
amigo el doctor Bermúdez. Pues estoy impaciente por tu diagnóstico.
-Pues mira, ya
sabes que cada vez que hemos despertado a Ricky del coma se ha
convulsionado entre terribles dolores. Ante un riesgo de colapso
siempre hemos tenido que volver a inducirle el coma.
-Sabes que no me
voy a dar por vencido. Algo se podrá hacer. No soportaría perder a
mi hijo.
-La medicina no
puede hacer más hasta que desarrollen nuevas técnicas.
-Si no sois
capaces de curar a mi hijo, tendré que buscar alternativas.
-Lleva cuidado
con lo que haces porque puedes poner en peligro a tu hijo, a ti
mismo, y no sólo físicamente.
Batiste se
despidió del doctor y, tras contemplar un momento la foto de su
hijo, abrió un dossier con un estudio sobre Rituales Mágicos
aplicados a la Medicina, que firmaba Verónica Castro.
\`´/
Luis se esfuerza
en quedarse todo lo quieto posible, a pesar del dolor. Un dolor que
ya le ha superado, llegando irónicamente a hacerle pensar en el
tiempo que se ha pasado arrodillado pidiendo limosna, como si de un
entrenamiento se tratara. La taladradora y el destornillador vuelven
a sonar, distrayéndolo y provocando una punzada de dolor en las
manos sujetas a la mesa.
Verónica se
despierta con gritos de dolor al estar atornillada a la mesa también.
Intenta levantarse pero, al igual que sus compañeros de mesa, los
tornillos y sobre todo, el dolor, se lo impiden.
-¡Suéltame,
malnacido! Me necesitas para completar el conjuro -consigue decir la
chica.
-En eso te
equivocas. Usa tu cabecita.
Batiste golpea
la herida de la cabeza de Verónica, haciéndole gritar. Con un
efecto contagio, el resto de atornillados también grita.
-Si dejáis de
gritar -dice Batiste en el tono conciliador de antes- quisiera
agradeceros que hayáis venido por propia voluntad y donéis vuestra
vida por la de mi hijo. Sois un atajo de desgraciados inútiles para
esta sociedad, de la que os habéis marginado por vuestra incapacidad
de ser productivos, más allá de convertiros en carne de consumo de
la peor calidad. ¡Parásitos! Ahora por fin vais a servir para algo
bueno, para salvar una vida.
La sangre se va
escapando por las heridas de las manos atornilladas, como una guía
que transporta la vida por encima de la mesa. La sangre fluye por las
cuerdas, cambiándoles el color a un desagradable marrón parduzco.
La música ha cambiado a unas voces corales que Luis asocia con ópera
o algo similar. Como parte de una grotesca coreografía, los
atornillados se van poniendo rígidos, mientras les sangran los
oidos, ojos y la comisura de los labios. Las cuerdas, saturadas de
fluido vital, gotean sobre la mesa.
Batiste cierra
el gotero al que está conectado el cuerpo de Ricky.
-Ahora, hijo, es
hora de despertar para que recibas el don que te están concediendo.
El cuerpo se
convulsiona, agitando las cuerdas que le unen a sus donantes y
salpicando sangre por doquier. A Luis se le cierran los ojos y hace
un esfuerzo por mantenerlos abiertos, por fijarse en lo que le parece
una gran marioneta recibiendo descargas eléctricas.
-Vamos, hijo
mío, tú puedes.
Unos golpes le
indican al mendigo que los otros van perdiendo la conciencia y
cayendo uno tras otro, hasta que él también se desploma, pero no se
deja vencer y se esfuerza en mantener los ojos abiertos. Entre las
brumas se da cuenta que han cesado las convulsiones y la única que
permanece sentada es Verónica.
-Hijo, ya está.
Lo peor ya ha pasado. Ahora te despertarás y podrás levantarte.
Verónica habla
con dificultad, entre esputos, toses y gemidos.
-Batiste, se ha
pasado de listo. Usted creía poder controlar la situación, pero no
ha podido completar el proceso. He investigado durante años los
ritos ancestrales. Usted creyó que con una simple lectura ya podría
controlarlo. Se equivocó. Como puede comprobar, yo todavía aguanto.
-Pero no durante
mucho tiempo. Cuanto te fallen las fuerzas caerás y se completará
el proceso.
-Equivocó el
concepto de voluntarios. Ellos vinieron por propia voluntad, pero no
se ofrecieron para sacrificarse.
El hombre le
mira con desconfianza, pero la deja terminar de hablar.
-Ahora el
resultado es impredecible... Y maligno.
El cuerpo se
levanta por sorpresa, rompiendo las cuerdas que le conectan. Se lanza
sobre su padre al que sujeta del cuello. El hombre intenta, sin
éxito, quitárselo de encima, pero Ricky lo tiene sujeto con fuerza.
Aprieta cada vez más hasta que la cara de terror deja de gesticular
mientras está siendo estrangulado. Luego pierde fuerzas y ambos
caen abrazados.
\`´/
La calle
iluminada por los numerosos reclamos de las tiendas, le dan una
sensación de irrealidad al transeúnte que únicamente quiere
pasear.
A Luis le duelen
las rodillas de estar arrodillado frente a un cartel donde se lee “no
tengo ni para cenar”. Con el brazo extendido y la mano formando un
cuenco que permite ver un feo agujero cicatrizado. Un estigma que
anula su deseo de olvidar.
-Yo ya he pagado
mi penitencia. Ahora me toca, me merezco, la resurreción.
Con el rostro
triste mira suplicante a los que lo ignoran, excepto a aquellos que
le dejan caer alguna moneda, a los que les dirige una sincera sonrisa
y un agradecido deseo de felicidad.
GS
Autor: Gregorio
Sánchez.Ceresola..13-03-2021.
Gracias a Ayla Sánchez March por sus correcciones.
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Fecha de registro 14-mar-2021 7:57 UTC
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Basado en el guión para cortometraje: "El amigo invisible" de Gregorio Sánchez Ceresola.
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