domingo, 7 de diciembre de 2008

La bañera

I
Un día duro, como todos. El deseo de sumergirse en la bañera con agua caliente le acompañó toda la jornada. Estancada en su mente, la idea se negaba a ceder terreno a otras en la materia gris.
La verdad es que aquel día había sido nefasto, uno de esos que más vale no levantarse de la cama. Había tenido un accidente con el coche, llegado tarde al trabajo y la acumulación pendiente le obligó a alargar la jornada, llegando tarde a recoger a su hijo que la esperaba en la puerta del colegio en un mar de lágrimas. Las madres de los otros niños no escatimaban en críticas hacia ella, aludiendo a su poca responsabilidad y falta de sensibilidad hacia el niño. Ya en casa se le había quemado la cena, que tuvo que sustituir por unos coquetos bocadillos.
Por lo menos el humor de su marido no había cambiado, seguía llegando a casa con un humor de perros que su trabajo de “repartidor de gusanitos” en una ciudad atestada de tráfico se encargaba de alimentar. Por lo menos la bolsa de chucherías que trajo el padre consiguió acallar al niño, aunque esto generaría otra batalla: la batalla por acostar al pequeño, que empeñado en comerse todos los dulces, no había manera de convencerlo para ir a dormir.
Por fin el niño estaba acostado en su cama y su marido también, éste en el sofá. Todos los días igual, a media película el señor se quedaba roque con la boca entreabierta y emitiendo una variada colección de ruiditos. Cumplió el ritual diario de despertar al hombre que tras vomitar una serie de malsonantes improperios se dirigió tambaleándose hasta la cama donde se dejó caer como un peso muerto.

II
Llegó el momento deseado. Como un ritual dedicado al dios de la relajación, preparó todos los elementos para el baño. Contemplando la bañera llena de espumosa agua humeante se quitó la ropa e introdujo un pie. Quemaba al primer contacto, pero pronto se acostumbró a la elevada temperatura y poco a poco se fue deslizado hasta quedar sumergida hasta el cuello. Como un iceberg que flota con el noventa por ciento de su masa por debajo de la superficie. Así se sentía ella, como un frío bloque de hielo que se va derritiendo al contacto con el agua caliente. Calor que insensibilizaba su cuerpo dándole la sensación de flotar. Cerró los ojos y disfrutó del silencio que reinaba en el cuarto de baño. Con la visión anulada, su atención se centró en el crepitar que producía la espuma al movimiento ondulante de su propia respiración. Sus pechos flotantes despuntaban ligeramente sobre la espuma, como cumbres coronadas de niebla. Aquello era lo que necesitaba, paz y tranquilidad envuelta de vapor con esencia de eucalipto que le despejaba la nariz permitiéndole respirar sin dificultad. Se sacudió para acomodarse mejor y aquello provocó una marejada con olas de varios milímetros que se estrellaban ruidosamente en los bordes de la bañera creando flujos y reflujos y aumentando el crepitar de la espuma.
Abrió instintivamente los ojos y ahogó un grito al ver una figura difusamente reflejada en el empañado espejo. Buscó con la mirada al propietario de aquel reflejo y al no encontrarlo su corazón se aceleró. La ausencia de todo tipo de sonido hacía que sus latidos retumbasen en su cabeza, creando una terrorífica sensación de angustia. Como el vapor no le permitía ver con claridad, se incorporó para ver mejor a través de los huecos que las bombillas creaban en el húmedo cristal. El reflejo de una chica joven se fue haciendo cada vez más nítido a medida que entraba en el área desempañada. Ahora podía ver con claridad a una chica joven que se peinaba con la mirada perdida en las profundas ojeras que ensombrecían su demacrado rostro. Tragó saliva, empujándola ruidosamente por la garganta. Esto provocó que la figura se girara para mirarla directamente a los ojos sin dejar de desenredar con dificultad su rizado cabello.
No aguantó más y lanzó un grito, que surgió ahogado al tener las manos instintivamente en la boca. Con el cuerpo tembloroso se sentó en la bañera, su cuerpo volvió al estado de frío hielo que ni siquiera los vapores podían aliviar. Ahora la veía mejor. Veía como desde las abiertas muñecas, unas espesas gotas de sangre resbalaban por el brazo, cayendo ruidosamente sobre el lavabo y no solamente en el reflejo, sino también sobre el verdadero lavabo en el que aparecían unas manchas rojas. El suelo estaba manchado de sangre, marcando un sinuoso rastro hasta la bañera. Bajó la vista y con la mano apartó la espuma dejando visible el agua que abundante sangre había enrojecido. La visión de la bañera cubierta de sangre hizo que volviera a gritar histéricamente. Sin manos que amortiguaran el sonido, el bramido retumbó en su cabeza provocando un agudo dolor que llegó a marearla.
–¿Qué pasa? –escuchó a su marido gritar a lo lejos.
La chica del espejo, tras señalar la dirección de donde procedía el grito de su marido, se llevó el dedo a la boca en señal de silencio.
–¿Quién eres? ¿Qué te pasó? –acertó ella a preguntar con voz temblorosa.
La fantasmal joven le mostró sus recientes heridas.
–Ya sé que te suicidaste, pero ¿por qué?
La puerta se abrió de repente provocando que una ráfaga de aire frío recorriera la estancia, pero no entró nadie… o quizás sí. En el espejo vio a su marido varios años más joven que entraba en el baño empujando a la chica y tirándola sin miramiento al suelo. Antes de que ella tocara el suelo en su caída, como un vídeo que rebobinaba una y otra vez la misma escena, volvía a ver a su marido entrar, repitiendo la acción donde se veía como la golpeaba. En el corto trayecto de la joven hasta el suelo, varios reflejos de su marido entraron y la golpearon repetidamente, hasta que quedó retorcida en el suelo.
–Ya veo. Llevaba tiempo pegándote. Sufriste mucho, hasta que decidiste acabar con todo.
La joven se levantó con dificultad, dejando un charco de lágrimas y sangre.
Unas huellas ensangrentadas caminaban hacia la bañera, indicando que alguien a quien no veía se dirigía a hacia ella. Salió todo lo aprisa que pudo salpicando agua ensangrentada por doquier e instintivamente se apartó de su camino, apretándose contra el armario. Miró el espejo y vio la difusa figura de la joven cómo se sumergía en la bañera para abandonarse a la fatalidad.
–No puede ser él –pensaba mientras miraba horrorizada a la joven moribunda– Es gritón, tiene mal genio, suele venir cabreado de su estresante trabajo, pero nunca nos ha puesto la mano encima, ni a mí ni al niño.
El fantasma se frotaba los ojos, manchándoselos de sangre que se transformaba en surcos al mezclarse con las incesantes lágrimas.
–Me quieres decir que te suicidaste por los golpes de mi marido, pero te repito que no puede ser. Él no es violento, él no es un cabrón como el que te hizo eso.
Sobrepasada por la situación, comenzó a llorar, mientras veía como la vida de la otra chica se escapaba por sus abiertas muñecas.
Dicen que el baño dulcifica la muerte –sollozó acurrucada en el rincón–, pero lo dudo cuando la muerte es la huida a ese dolor.
Los ojos se le empañaron con las lágrimas, nublándole la vista. Le dio igual, prefería no mirar aquella horrible visión. Los cerró y se abandonó al llanto.

III
Acurrucada en el suelo, se despertó temblando de frío. No sabía cuanto tiempo había pasado. No recordaba cuando se quedó dormida, pero si recordaba nítidamente la visión que se le había aparecido aquella noche y el temblor pasó, de ser de frío a ser de miedo. A pesar de que todo había vuelto a la normalidad, su retina retenía aquel irreal suceso.
Tras abrigarse con el albornoz, se dirigió a su habitación, despacio e insegura. Sin saber que se encontraría, abrió la puerta. ¿Vería al monstruo, o al hombre con quién se casó?
Alargó el brazo para abrir la puerta y lo vio, vaya si lo vio... vio el antiguo corte en su muñeca. Se miró ambos antebrazos y contempló horrorizada las heridas físicas, ahora ya cerradas. Pero el recuerdo había acudido a abrir su herida interior. Recordó los insultos, los empujones, los golpes. Recordó el dolor, más psíquico que físico. Cómo el sentimiento de indefensión la llevaba a refugiarse en el baño. En su mente aparecieron terribles imágenes de un espejo empañado, de una afilada cuchilla seccionando sus muñecas, de un rastro de sangre y de una bañera con agua caliente que se tornaba carmesí mientras ella perdía la consciencia.
Pero, ¿porque no se había acordado hasta ahora? Supuso que su mente había bloqueado tan terrible suceso. El estrés del día, junto con el relajante baño, había abierto su mente, haciendo aflorar los recuerdos.
Plantada ante el hombre dormido, meditaba sobre qué hacer. Coger a su hijo y huir, o matarlo allí mismo. Por algún motivo ella no murió, pero no volvería a suceder, nunca más le levantaría la mano. Fue a la cocina y regresó con un cuchillo, el más grande que encontró. Demasiada sangre para ella en una sola noche, dejó el cuchillo sobre la mesita a modo de advertencia para después marcharse, pero el ruido que hizo este al chocar con la lamparita despertó al hombre. Asustada se apartó de él, dejando el cuchillo sobre la mesita.
–Ella era yo y él eras tú. Me amargaste la vida, hasta llevarme al suicidio –gritó ella.
–Has recordado. Tu amnesia ha desaparecido –dijo el hombre mirando el cuchillo que todavía oscilaba en la mesita– ¿Querías matarme? Antes de hacerlo sigue recordando. Recuerda porqué no te desangraste en la bañera.
Ella recordó. Recordó la puerta abrirse y su marido entrar gritando. Sus brazos fuertes la sacaron bruscamente del agua y le taponaron las heridas. Recordó una estridente sirena, batas blancas a su alrededor y no recordó más. Estaba confusa.
–Te vi muerta en la bañera y me asusté. No me dejaron estar a tu lado en el hospital y me pasé los días en la sala de espera, pensando. Pensé mucho y cuando cerraba los ojos te veía en aquella bañera, cubierta por tu propia sangre. Una parte de mí murió en aquel momento.

Gregorio Sánchez. Octubre 2006.
(Publicado en 2010 en el libro "Relatos de Gregorio Sánchez" de Gregorio Sánchez. I.S.B.N.: 978-84-614-0192-5 - Depósito Legal: A-409-2010)

La bañera en audiorelato






El relato en pdf: La Bañera

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha encantado el relato, gracias por compartirlo y felicidades.

marta gomez dijo...

hola gregorio, soy marta, la amiga de ayla y la hija de jose, tu amigo del colegio. me encanta tu blog, ya he visto tu libro en la libreria ili i truc. podriamos vernos algun dia. besos.